Cristina Arreola
(Colima, 1988)
Mi musa herida
De rosa morada, cerrados tus labios
ni sonrisa, ni tranquila faz en tu rostro.
Por algo, señora, no querías cerrar tu ojo,
doscientas, cien y luego mil las gotas de
tristeza sobre un cajón maloliente.
Tu ojo lo vio.
No hay consuelo en tu muerte,
Papá Rafael se disolvió en la espera,
no existe un cielo, o un descanso;
partiste en tu dolor y el dolor te acompaña.
Qué decir ahora, a quién maldecir,
si no hay muerte,
ni delegado de Dios en este mundo.
A quién gritar putas madres mi tristeza,
quién será ahora, la que combata los piojos
haciéndome trenzas.
Con tu muerte murió hasta el más pequeño
de tus nietos.
Se nos fue el núcleo de tu presencia,
la ilusión de un reo,
la salsa de molcajete para los frijoles.
El sabor de la cerveza en tu cumpleaños,
los “chingada madre” y “cabrón” de tus
labios.
Viviste alegre y es el consuelo
que la gente cree, necesitamos.
Sufrías mucho, es lo que los doctores
aseguraron.
Pero sólo puedo llorar en silencio
y escribir dos o tres versos
al maldito oxígeno que se hizo denso,
para no dejarte respirar.
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