Marcelo Díaz
(Bahía Blanca, 1965)
Las ruinas de Disneylandia
El Tato afanaba fasos
en el kiosco de la esquina,
meaba desde el techo a la vereda
y un día se hizo cura.
El Chile se choreó un Mercedes
para ganarse una minita;
fue a parar a Batán
y en un tumulto turbio
lo limpiaron.
Miguel está pelado, pero es buen tipo.
Norma, Laura y Marcela
son maestras, y todas
tienen más de un hijo.
El Cabezón embarazó a la novia y se cagó la vida.
El Topo se volvió abogado y si te ve, no te saluda.
Yo un día regalé
todos mis cassettes de Kiss,
y ahora los extraño.
El Conejo era Campera Negra.
La vieja le gritaba todo el santo día:
Vas a terminar mal – le gritaba.
Me la veo venir – le gritaba.
Se casó con una gorda
que lo hizo evangelista.
El Panza transa merca de cuarta y levanta quiniela.
Ya tuvo una entrada en Villa Floresta.
La mujer le mete los cuernos.
Ricardito es Teniente de Navío y sueña
con un País definitivamente en Orden
y con rapar a todos esos
negros
vagos
de mierda.
Claudia se fue a Chile.
Silvina se fue a Santiago del Estero.
El hermano del Mono
se pegó un tiro en la cocina.
Siempre jugaba al fútbol con nosotros;
era más chico,
pero no se notaba.
Vos un día cruzaste la mano
de izquierda a derecha
en el agua de la sierra.
Escribiste una cosa que no sé.
Yo en la misma que supiste:
un tipo cuidadoso
de no joder
el sueño de nadie.
Kwai Chang Caine caminando
sobre papel de arroz.
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