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Darío Rojo
(Eduardo Castex, La Pampa, 1964)



El despegue de la garza


Lejos de una garza está la Ira.
Como ocultas gotas golpean en cielos
varios de un mismo lugar. Ira vienes
a callar los gérmenes futuros
en tempestades semejantes: silencios
no pronunciados en aparatos destinados,
lluvias
no ocurridas sobre fértiles terrenos.
¿Son acaso las razones de este viento
las que llevan a los puertos
necesarias aves, solitarios barcos
que flotillas traen. ¿Es que Rencor
proyectar impides las turbias aguas
que a tiempo llegan?
Silencios vastos en un mundo que no aclara
y borra
de sus límites lo que a corazón desborda:
fácil tráfico acordado, pequeñas gotas en presente
que acobardan luces y a verdaderos habitantes
ciegan: caravanas de un tiempo que sin razón
se expone a nuestras almas.





Una tabla sostenida por monstruos marinos

eso es el fin. Pero al no poder soportar
una verdad tan simple
tuvimos que inventar la noción de infinito.
Un complejo sistema de combinatorias que sólo
es posible cuando olvidamos el par de tortugas
que todo lo sostiene: una de espaldas a la otra.



La moral vuelve el porvenir en presente. (Mme. de Stael)


Aunque pretendieses hacer de lo literal tu palacete pompeyano,
para que así la escena obtenga un tonto y un rufián,
sé que tus palabras nunca habitarán ni los frescos
ni las pintadas de Pompeya,

seguramente terminarán por agruparse en el trazado de un emblema
en donde algo que nunca se abrió pudo ser cerrado con inusual pulcritud.

En el futuro algún esmirriado botánico dedicará sus energías
a nombrar una figura semejante; cuando ese tiempo llegue,
entre pistilos y clorofila habrá algo que yo podré reconocer

por eso te estoy agradecido.

 

 


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