No. 41 / Julio-agosto 2011

 

Papel Literario
30 años del grupo Tráfico

 
EL NACIONAL - Sábado 09 de julio de 2011, Papel Literario/3

Tráfico en la voz de los jóvenes poetas

Cinco noveles poetas nos ofrecen unas breves palabras sobre el grupo Tráfico y su lectura del gesto poético del colectivo:



Sobre Tráfico
, José Delpino: El manifiesto de Tráfico es un filo concretísimo. Y a mi modo de ver, tan necesario como injusto. Su juicio del panorama poético nacional me parece simplificador y, a veces, sus líneas fuerzan el rechazo hasta el punto de ocultar simpatías y afinidades que luego serán obvias. Pero más allá de esto, sin embargo, puedo entender su violencia con sólo echar un vistazo a un campo poético –el de la época- tan absolutamente imbuido en la textualidad y la combinatoria. El poema como espacio de signos en rotación, "espacio vacío pero cargado de inminencia", no deja de parecerme válido; aunque ciertamente se me hace incómodo si no está en fuerte tensión con otras posibilidades de la creación, impuras, personalizantes, recolectoras, sentimentales, defectuosas, contingentes, inmanentes, contaminantes e "historizantes". La poesía de los ochenta abre de par en par las puertas a esa dialéctica. Eso lo celebro. Tráfico no estuvo solo. Fue, digamos, afilada potencia catalizadora, polémica suscitación que todavía me seduce un poco. La poesía sigue pareciéndome una combinatoria, colindante con la matemática y el ajedrez, sí, pero sobre todo, una combinatoria que yo necesito contaminar.


Tráfico: algunos apuntes
, Alejandro Sebastiani: A treinta años de su publicación en Zona Franca, es posible replantear algunas propuestas del "Sí, Manifiesto".

Sin dejar de expresar una sensibilidad que resuene en lo colectivo, habría que preguntarse si el registro solar y nocturno pueden dialogar.

Lejos de excluirse y oponerse, ¿se podrán complementar y cruzar en el tejido infinito del lenguaje? ¿Un poeta no alterna calles con encierros, sudores del sol con laberintos nocturnos? Desde esta brevísima relectura, es posible volver a meditar sobre lo siguiente: ¿un poeta se debe solamente a su necesidad?, ¿puede "ponerla" en sintonía con los desbarajustes de la historia y la ideología? ¿No es tal cosa lo más parecido a moverse en la cuerda floja? Incluso, se me ocurre, los mismos poetas que conformaron Tráfico podrían ser consultados sobre estas cuestiones. Con lo resultante de tal ejercicio testimonial, podría conocerse ­–en lo que podría ser una estimulante retrospección- cómo y hacia qué lugares han derivado sus poéticas.


Tráfico
, Isabel García Casalta: Tráfico fue una utopía literaria que llevó a sus integrantes a transitar por calles fascinantes, impulsando cambios extraordinarios y necesarios en la poesía. Sin embargo, el propósito de tales transformaciones jamás se alcanzó.

El poeta será siempre un individuo sumido en su silencio, en su noche. Él es un mago que –como proponía Baudelaire- se remite a la esencia de todo lo que le rodea y convierte lo que percibe en maravilla, brindando instantes de ilusión a un mundo sórdido.

Heidegger bien decía que el poeta se adentra en la noche y rescata de ella la realidad oculta. Los poetas de Tráfico se hundieron en su penumbra silenciosa para descubrir, en sus versos, fragmentos de su realidad siempre destilada, jamás del todo nítida. ¿Y qué hombre o mujer de la fábrica, del rancho, de la escuela, del cuartel o de la oficina se escucha a sí mismo en la voz del poeta de Tráfico? Tráfico vino de la noche, observó bien la calle, pero nunca llegó a ella.


Tráfico para salir del clóset
, Alejandro Castro: Entre todos los grupos y generaciones de la poesía venezolana, encuentro en la propuesta de Tráfico un gesto que se hacía impostergable: una salida (del clóset), una reconfiguración de los códigos de ocultamiento que obligan al silencio y aun, a la mentira de toda experiencia erótica fuera del marco heteronormativo. Al fin, más allá de la tímida celebración del cuerpo masculino que puede hallarse en algún poema anterior a la década de los ochenta, Tráfico balbuce las palabras que rompen el silencio atroz del sodomita letrado. Un silencio que era a un tiempo político y estético, corolario del conservadurismo más próximo a la abulia que a la doctrina que caracteriza nuestro campo intelectual.

Así, es posible leer ese movimiento (de la noche a la calle) como la apertura, nunca definitiva, de las pesadas puertas del clóset poético venezolano. Armando Rojas Guardia y Rafael Castillo Zapata exploraron el camino que poco después transitara Luis Enrique Pérez Oramas: una singular experiencia del deseo que es a la vez trama colectiva del deseo, impensable y muda, o lo que es igual, muerta hasta entonces. La poesía de Tráfico, de espaldas al muro, se supo carne desde siempre, lúbrico cuerpo sonoro inscrito en un mapa extranjero: Ganímedes, Patroclo, Tadzio, Housman, Cernuda, Proust. Cegada por la luz de la calle, agudiza el oído, vuelve la mirada al origen, entrevé gacelas y por primera vez susurra (pasito) el pecado nefando, el que no puede decirse, y que se inscribe al fin en cuerpos que tocan y se tocan.

Por el niño que escapaba de tarde a leer Demián con ojos extraviados, enamorado de uno como él. Por el mínimo juglar, mendicante. Por la llaga de todas las humillaciones. Por la mejor obra de arte del Whitney Museum. Por ustedes, poetas, pájaros, este brandy nocturno.


Sí, Manifiesto, Adalber Salas:
Creo que fue el Barthes de Crítica y verdad quien sentenció que toda revolución empieza y termina en el lenguaje. O quizá no; tal vez esto es sólo lo que yo pensaba mientras leía el libro. En todo caso, no deja de ser cierto: sin un lenguaje particular, desgajado del habla cotidiana –moneda de cambio- no es posible ejercer ninguna acción que cambie un estado de cosas imperante.

Pero también termina allí todo: una vez que el lenguaje segregado ha alcanzado el poder, renuncia a los riesgos de la divergencia para solidificarse, secando su potencial revolucionario.

El manifiesto del grupo Tráfico deja entender que conocía parte de esta lección: pretendía, o mejor, anunciaba una poética de la calle, terca, valientemente histórica, cuya piel se dejaría tallar por las palabras que recorren "la fábrica y el rancho, la escuela y el cuartel, la universidad o la oficina" y ahí dejan su sudor.

Una poética alzada contra una estética dominante, prendiendo en medio de la lengua los fuegos de una insurrección, deseando un pueblo que se halle a sí mismo en el "vértice unánime de la voz del poeta". Sin embargo, basta con seguir la deriva de quienes lo suscribieron para hallar que el programa del manifiesto fue cumplido sólo en escasísimos momentos, con independencia de la enorme calidad de las obras de aquellos poetas.

Y es esto justamente lo que permanece vigente en el manifiesto: su condición de inconcluso, de promesa trunca. Su fracaso lo rescata para mí: me reconozco en él. De haber visto cumplidas sus propuestas, el manifiesto se hubiera tornado pieza angular de un nuevo lenguaje exclusivo, mineralizado. Pero su derrota íntima es también una belleza que pide ser buscada, al menos en mi lectura. Una revolución imposible, cuyo valor estriba justamente en esa imposibilidad –que así permite imaginar el más allá que requiere toda poesía. Lo escribió Ludovico Silva en algún lugar: la belleza, en sí misma, ya es revolucionaria. Este brevísimo texto abre el espacio necesario aún hoy en día para un lenguaje insurrecto, receloso de todo poder, comprometido sólo con su propia materia fluida, imaginante, individual. Para que podamos esculpir la noche de la que venimos y ver con lucidez la calle a la que vamos. Y decir, lapidarios, sí, manifiesto.
 

Leer:



    Verónica Jaffé, "Respuesta a una trastada"

    Yolanda Pantin, "Respuesta a Rafael"