No. 41 / Julio-agosto 2011

 

Respuesta a una trastada
Carta abierta para el señor Pedro Serrano, México

 
Verónica Jaffé

Primero, esta respuesta reconoce ser intrusa, no tiene vela en el entierro porque yo nunca fui del Grupo Tráfico, ni de otro parecido o contrapuesto, sólo creo ser amiga de varios de sus miembros. Pero como el querido Rafa me nombra, de forma oblicua, y me cita, directamente, pues responderle quiero, de forma oblicua, abiertamente con esta carta a Usted.

Por eso no quiero ni puedo opinar sobre el manifiesto de Tráfico, ni sobre las valoraciones que suscita en sus antiguos miembros.

Segundo, sí me siento aludida, tanto en la caracterización de las "pulsiones utópicas" citadas, como por la referencia a Hölderlin, a quien llevo años leyendo y tratando de entender y traducir. Por eso quiero decir algunas cosas sobre pulsiones y romanticismos.

No creo que "un poeta nunca sintoniza con su presente" y mucho menos que siempre "se aferra a la idea de una pulsión utópica de cambio". Es más, sé muy bien, y me consta, que por el contrario hubo y hay muchísimos poetas, y grandes nombres entre ellos, que no pudieron y no pueden sino vivir y escribir y padecer y disfrutar en los tiempos que les han tocado como presente. Uno de esos nombres, creo que eso es algo importante que he aprendido, es precisamente Hölderlin, quien nunca formó parte alguna del romanticismo de Jena o de Heidelberg o de Berlín o de donde sea, y quien se distanció con profundo dolor de Schiller, su figura tutelar por algún tiempo. Y fue el mismo Hölderlin, quien supo del inevitable fracaso de toda ‘bella construcción de palabras’, de su ruinoso destino, el que me enseñó a desconfiar de utopismos, sueños y quimeras, y en general, de toda declaración de buenas intenciones, idealismos, ingenuidades e inocencias. Ser poeta no significa ser pendejo ni tampoco puto, ni siquiera por gracias aliterativas (con perdón), al menos no siempre y por fuerza o necesidad. Y los sueños de la sinrazón también producen monstruos, por lo menos tan feos como los de la razón.

Por último, es cierto que el silencio puede ser cómplice, como ese que sigue callando los nombres de los asesinos de Roque Dalton.

 

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    Yolanda Pantin, "Respuesta a Rafael"