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No. 43 / Octubre 2011

 
Oswaldo Hernández
(Ciudad de México, 1981)


Rosalba


1

¿Te acuerdas, Rosalba, cómo tronaban los rojos y azules cohetones del 16?
Entonces fue que bailaba y bailaba la plaza tras la elotera de milagros.
No comíamos juntos porque eras otra,
lejana,
baldía silbatina para los ojos de tu rechulo,
de tu querido Arturo.
Yo de celos,
de rabia de celos y de tanto verte entre los dientes
atorados los granos del aire en la espina gris del cotidiano.
Algún día nos casaremos.
Tú no lo sabías aún, porque hoy nadie cree en eso
y las morales son otras.
pero a mí me interesa poco que me escuchen
si no es desde la prensa de tu pecho donde
tras el maizal,
nos casaremos.

2

Decidimos, Rosalba, que sería mejor el mundo
que aquí no hay futuro
solo
esperanza de llegarte
me hice al camino de los tuertos
con horarios fijos, con caminos pavimentados.
Todos usan sombrero,
te escribía,
castañean los azules más bonitos acá
pero no importa porque la gente no mira,
pegados los ciegos al suelo
no levantan las cejas ni para desdeñarse.
Aquí no hacen falta rostros porque da igual,
los míos,
d’indio, negado, anegado.
Me quedan tus manos apenas
para la inquietud de esta negrura,
pero tú,
poco escribes.

5

Aquí hay tantas bondades, Rosalba,
                      abajo,
el corazón se me pliega en sales que seco.
El aire de tu nuca,
unas piernas enanas que ilusas que somos
dos.
Yo no quería ya escribirte
pero ya no puedo tampoco a nadie,
con la perra rabia que tinta que guardo
que tinta que desperdicio
el alcohol a cucharadas,
cuatro por las mañanas
dientes de ajo por las tardes
triste dulzón en los espejos
–esos que sobran tendidos allá–
crezco un bigote afectando raíces
negras como el lomerío cuando abrías tu casa
y saltábamos locos.
Tu padre,
que nunca nos quiso.












 



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