No. 43 / Octubre 2011 |
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Alí Chumacero*
(Acaponeta Nayarit, 1918 – Ciudad de México, 2010)
A Ricardo, estos dos jeroglíficos de Alí
Mujer ante el espejo
México, 18 de agosto-17 de septiembre de 1958.
Deja la sombra, advierte la humareda velando el oleaje de los años: fervor y compasión desde el abismo alternan castidades segadas y el perenne danzar de Salomé. Tu sonreír la escoria desafía, por un instante alienta escamas que prolongan el destellar del pelo y alzan la imagen de la juventud, en tanto el tiempo tornase en espacio, tardío atardecer suspenso entre el rumor de la corriente impura. Tú, que labraste anónimo laurel y por las noches el amar trocabas en pálida sentencia, avivas el fulgor que a la serpiente engaña cuando cruza la ola del sonido. Levanta del recuerdo aquel vacío donde a ojos cerrados, sin odio ni embriaguez, te recostabas, fría como el asombro, a renacer clamores y jardines recientes, precediendo la única tormenta que aniquila en el valle mortal los infortunios. Llora si quieres, cúbrete de escarnio al contemplar en humillada piel el resplandor que iba, de calle en calle, hendiendo un vendaval de tigre a veces por el vino restañado. En épocas de crimen, los placeres de ti se desprendían como pueblos y arenas, comarcas y naufragios, y tus cabellos eran desnudez; pero cierra los párpados y deja al tiempo agonizar, porque la estatua al fin presiente su derrumbe. Salón de baile Música y noche arden renovando el espacio, inundan sobre el cieno las áridas pupilas, relámpagos caídos al bronce que precede la cima del letargo. De orilla a orilla flota la penumbra siempre reconocible, aquella que veían y hoy miramos y habrán de contemplar en el dintel donde una estrella elude la catástrofe, airosa ante el insomnio donde nacen la música y la noche como si un viento o la canción dejaran restos de su humedad. Puesta la boca sobre el polvo por si hay esperanza o por si acaso, en el placer la arcilla anima la memoria y la conservación violenta de la especie. Porque amados del himno y las tinieblas, aprendiendo a morir los cuerpos desafían el desasosiego: descienden sierpes, águilas retornan con áspero sopor, y en lucha contra nadie tejen la sábana que aguarda como la faz al golpear un paño oscuro hace permanecer el miedo en una fatiga inagotable. Sudores y rumor desvían las imágenes, asedian la avidez frente al girar del vino que refleja la turba de mujeres cantando bajo el sótano. A humo reducido los ojos de la esclava, alud que en vano ruega, ahí holgará la estirpe confundida por bárbaros naufragios, desoyendo la espuma de la afrenta, el turbio eco al compartir con islas que desolan armonías la sofocante forma del lecho vencedor. Desde su estanque taciturno increpan los borrachos el bello acontecer de la ceniza, y luego entre las mesas la tiranía agolpa un muro de puñales. Sobre la roca inerte se disipa el nombre que grabó la cautelosa bestia: asolada la máscara en la sombra, tranquilo escombro que antes del desplome ignora la espesura colmada de la herrumbre, en su orfandad exige, implora, accede al sigo de la vid propicia a la simiente. Cuando cede la música al fervor de la apariencia, grises como las sílabas que olvida el coro, casi predestinados se encaminan los rostros a lo eterno. Vuelve la espada a su lugar, arrastra hacia el asombro de Caín el dócil resplandor del movimiento, impulsos y distancia mezclan la misma ola y sólo en su heredad persisten los borrachos, vulnerables columnas que prefieren del silencio elegido la sapiencia de la esperanza.
* Periódico de Poesía agradece a María Chumacero y a la Fundación Ricardo Martínez la posibilidad de esta publicación.
Ver poemas originales: Ver cartel de la exposición sobre Ricardo Martínez:
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