cornisa-inditos.jpg

No. 51 / Agosto 2012

 

Edgar Aguilar
(Ciudad de México, 1977)


Canto del marinero


a José Luis Rivas

¡Oh alma errante e inestable de la gente que vive embarcada,
de la gente simbólica que pasa y con quien nada dura,
porque cuando el barco regresa al puerto
hay siempre alguna alteración a bordo!

Fernando Pessoa


He visto el mar.
Le he visto correr sobre mis venas.
¡Ingrato mar!
¡Agolparse sobre mí de esta manera, frenéticamente!

Verle así, ensimismado, meditabundo,
sondeando las aguas que lo cubren,
azul turquesa, añil, metálico, translúcido,
bajo el influjo de las sales marinas que aguardan bajo su seno…
¡Quién dijera que me causéis tantas desgracias!

He visto asir la bandera de vuestra gloria.
He visto caldear tus fuentes marítimas
a la menor tropelía de vuestros navegantes…
¡Así conmigo! ¡Así vuestro desprecio!

Verle estallar en momentos de relativa calma,
de relativa aspereza… ¡Es como para volverse loco!
Así este mar indescriptible, faraónico, tumultuoso,
que abre sus fauces para engullirlo todo… Y que anida en mí…

He visto el mar arder
y levantar humaradas desde el fondo de sus abismos.
He visto el mar no ceder ni un palmo de su territorio;
he visto, en cambio, decrecer su nivel como un manso ogro
tras la primera luna intermedia que se avizora en los cielos…
Mas, sin embargo, le he visto rugir su marea tras el magnético influjo
de las propiedades eólicas que refleja la circunferencia exacta desde lo alto…  
¡Y no comprender nada! ¡Y padecer siempre el vértigo de su opresiva calma!
¡Y ceñirse a los turbios designios de su inequívoca empresa!

Verle cubierto de escamas como un animal silente
dueño del mundo, dueño del horizonte, dueño de las profundidades.
Dueño del destino del hombre que, no obstante, es su propio destino.
Porque el mar, por extraño que os parezca, posee su propio destino,
su propia aventura, su propia integridad, su propia alocada manera de redescubrirse.
¡De qué otra manera podría hacerlo sino a través de los fatuos combatientes marinos, que han vertido sobre su regazo insuperables fórmulas de abordaje, donde los sentidos se disparan al tener frente a sí la inmensidad de los océanos!

He visto las mil formas del mar.
Le he visto trepidante, colérico, fogoso,
indiferente, porfiado, testarudo… Mas nunca ingenuo…
Le he visto abrazar a sus hijos y engullirlos sin complacencias.
Sabe que la ingenuidad es el arma letal de sus huéspedes efímeros,
circunstanciales… ¡Hombres!, ¡pobres hombres!
Sabe que el fervor de un hombre en busca de tierras ignotas
es también el dramatismo más elevado en sus entrañas,
el gesto más sublime que ha depositado de entre su piel inerme
para después, como una estocada, lanzarle a sus abismos.
No hay gesto noble, sólo una extraña consideración de lo infinito…

Es, por lo tanto, en él donde confluyen los instintos más contradictorios.
Ora una alabanza al cielo, ora una injuria a los vientos, ora una satisfacción plena
que lo abarca todo, incluyéndose a sí mismo.
Pues, ¿de qué otro modo se entrega el hombre a aventuras semejantes?
¿No es acaso el gesto más altivo y, no obstante, el más digno de recompensa?
Sois como la espuma del mar, como el golpe seco y húmedo taz taz taz sobre despeñaderos
y acantilados que, como puntas de obsidiana, resaltan de entre esa sinuosa intemperie
que es la duna marítima y le devuelve el grito apagado, sordo, húmedo ¡siempre húmedo!
que vociferan los sonidos del mar hasta caer y resurgir y deglutir las formas humanas,
marítimas, terrenales, oceánicas, cósmicas, oscuras, de una belleza extremadamente insoportable…

¡Ah, el mar, envuelto siempre en su rareza!
¡Mar soberano que habéis puesto en tu lomo infalible la perdición de los navegantes!
¡Mar azaroso mas nunca perplejo!
Tu voz ondulante me llama, me llama…
Tu voz marítima es escarnio de mis proezas,
¡de mis ocultas y sutiles proezas!
Tu voz aguda penetra en mis costillas,
¡en mis costras de sal marítima que con el paso del tiempo el sol ha vuelto purpúreas!
Tu voz dúctil penetra en mis oídos cual tonadilla de lobo de mar a mis costados…

Verle encender la llama de su aurora,
o verle encender el horizonte en un concierto de estrellas.
Verle correr sobre campos de mar absueltos de toda culpa,
de toda perpetuidad forzada, de todo acecho involuntario,
de toda aciaga fortuna donde el navegante se rinda antes de completar el viaje…
¡Así quisiera verte! ¡Doblegado ante mí, ante la fuerza de mi nave!
Pero de nada os serviría esto, puesto que halláis la manera de torcer el rumbo de mis pasos…

Verle virar mi timón a mares complacientes no es tampoco mi fe.
Mi fe es lo ignoto, lo palpitante, lo terrenal.
Mi fe es lo sagrado, lo ritual, lo cósmico.
Mi fe es lo simple, lo vivaz, lo complejo.
Mi fe es lo visible y lo no visible…
¡Mar, dónde habéis estado todo este tiempo!
¡Dónde te has ocultado mientras el navegante ha perdido toda esperanza,
abandonado todo a su suerte!
¡Mar envuelto en llamas!
¡Mar incendiario!
¡Mar al rojo vivo!
¡Mar crepitante!
¡Mar atroz que has dado la espalda a tu verdadera naturaleza!
¡Sí, te riño, te riño y te condeno!
¡Condeno tus abalorios de perlas y corales! 
¡Condeno tu frialdad, tu intriga, tu saña!
¡Condeno tus cabellos turquesa que seducen al buen navegante!
¡Condeno tu ropaje de espuma y de mármol que pierden a los hombres!
¡A los hombres de buena voluntad, que han salido a tu encuentro a hacerte
compañía,
llegado hasta los confines de tus mares por el simple hecho de permanecer a tu lado!
¡Usureros, malandrines, piratas, conquistadores, viajeros, mercaderes,
salteadores, presidiarios, turistas, poetas…! ¡Todos la misma cosa!
Aquí, el único amigo tuyo, el único fiel, el más humilde, el más probo, es el marinero.
Desde la proa te canto. Desde aquí te bendigo…

 
 

{moscomment}