Parachoques 


Mutis mexicanus
Pedro Serrano

 

La voz de Álvaro Mutis hace una concha de eco que se proyecta en la ubicuidad. Como los diseños de la primera mitad extensa del siglo XX, con esos portafolios de cuero llevados por Walter Benjamín, su escritura tiene a la vez la inmaterialidad de la asfixia y la prestancia de quien se decide a habitar espacios de largo aliento y suavidad mítica sin apurarse, dubitativamente. Como los sombreros Borselino de ala ancha y frente caído que se ven agigantarse en las películas de los años cuarenta, como las gabardinas a lo Humphrey Bogart, como los balnearios de Diaghilev, de Mann, de Eliot, de Navokov, de Kafka, su escritura proyecta un mundo imaginario de aventuras y alas desgarradas, de lluvia y abandonos y batalla e incursión catedralicias en la muerte, y ahonda así en cada hueco de la ensoñación con la fuerza de esos vientos de tramontana que barren el Mediterraneo y los simunes que inundan con su nube de arena de asfixia todo el norte de África. Su paisaje, su época, su localización se avientan a tierra con los Monsones de la India y con los Huracanes de las Indias. De la misma manera, su Maqroll es una evocación más que un nombre, una resonancia a flor de sal que viene de los mares de Melville pero también de los de Conrad y Stevenson, de la pereza polinésica de Gauguin y del trazado milimétrico de los paisajes de Klee. Maqroll es una implosión humana semejante a la de Meursault, el extranjero de Camus, sombra de reflexión antes que persona, vaho moral más que acción, siempre al final de la aventura, en su naufragio posterior. Y es también Álvaro Mutis, un personaje presente en los cuadros de Botero, de rostro sonrosado, sonrisa franca y desfachatez al cinto, salido sin la menor duda de la historia física y moral de Colombia, de su geografía, de su violencia, de su picaresca, de su alimentación exuberante y la desgarrada recurrencia de sus guerras. Algunos pensarán que la fuerza de su obra viene de esos vientos vastos y atemporales. Por supuesto que viene de ahí. Pero si no trajera consigo la cauda real que ese hombre que escribe vivió en carne propia, ese mundo sería semejante a los escenarios de los parques de diversión de Walt Disney. Comparten ambos mundos de ensoñación ese mismo aire mistificado de aventura, los sombreros de explorador, los tiquetes de colores, las casetas de madera al borde de los ríos, reproducible en sus clichés pero inalcanzable, desde ahí, en su fondo real. La hondura de ese gesto humano, de esa palabra castigada, es lo que lo diferencia. Ese fondo, ese peso de hombre que padece y vive, que goza y sufre, es lo que le da a Maqroll su voz poética, su rastro perseguible, su internamiento en la selva húmeda, y a Mutis la sentencia cancina y la voz calcinada.

No. 62 / Septiembre 2013



Parachoques 

Mutis mexicanus
Pedro Serrano


 

A Juan García de Oteiza, que sabia y quería de estas cosas

 

La voz de Álvaro Mutis hace una concha de eco que se proyecta en la ubicuidad. Como los diseños de la primera mitad extensa del siglo XX, con esos portafolios de cuero llevados por Walter Benjamín, su escritura tiene a la vez la inmaterialidad de la asfixia y la prestancia de quien se decide a habitar espacios de largo aliento y suavidad mítica sin apurarse, dubitativamente. Como los sombreros Borselino de ala ancha y frente caído que se ven agigantarse en las películas de los años cuarenta, como las gabardinas a lo Humphrey Bogart, como los balnearios de Diaghilev, de Mann, de Eliot, de Navokov, de Kafka, su escritura proyecta un mundo imaginario de aventuras y alas desgarradas, de lluvia y abandonos y batalla e incursión catedralicias en la muerte, y ahonda así en cada hueco de la ensoñación con la fuerza de esos vientos de tramontana que barren el Mediterraneo y los simunes que inundan con su nube de arena de asfixia todo el norte de África. Su paisaje, su época, su localización se avientan a tierra con los Monsones de la India y con los Huracanes de las Indias. De la misma manera, su Maqroll es una evocación más que un nombre, una resonancia a flor de sal que viene de los mares de Melville pero también de los de Conrad y Stevenson, de la pereza polinésica de Gauguin y del trazado milimétrico de los paisajes de Klee. Maqroll es una implosión humana semejante a la de Meursault, el extranjero de Camus, sombra de reflexión antes que persona, vaho moral más que acción, siempre al final de la aventura, en su naufragio posterior. Y es también Álvaro Mutis, un personaje presente en los cuadros de Botero, de rostro sonrosado, sonrisa franca y desfachatez al cinto, salido sin la menor duda de la historia física y moral de Colombia, de su geografía, de su violencia, de su picaresca, de su alimentación exuberante y la desgarrada recurrencia de sus guerras. Algunos pensarán que la fuerza de su obra viene de esos vientos vastos y atemporales. Por supuesto que viene de ahí. Pero si no trajera consigo la cauda real que ese hombre que escribe vivió en carne propia, ese mundo sería semejante a los escenarios de los parques de diversión de Walt Disney. Comparten ambos mundos de ensoñación ese mismo aire mistificado de aventura, los sombreros de explorador, los tiquetes de colores, las casetas de madera al borde de los ríos, reproducible en sus clichés pero inalcanzable, desde ahí, en su fondo real. La hondura de ese gesto humano, de esa palabra castigada, es lo que lo diferencia. Ese fondo, ese peso de hombre que padece y vive, que goza y sufre, es lo que le da a Maqroll su voz poética, su rastro perseguible, su internamiento en la selva húmeda, y a Mutis la sentencia cancina y la voz calcinada.

Algunos ven a Álvaro Mutis como el poeta del Boom. Me parece que aquí habría que pensar un poco más en otros poetas que pulsan en los mismos vientos. Pero quizás esta definición sirva para ver mejor lo que hay de común en ellos, de dónde abrevan. Imaginariamente, Mutis se sitúa en un cruce de ecos narrativos en el que del sur llegan los meandros detenidos, los astilleros fantasma y los puestos de frontera a pie de río de la Santa María de Juan Carlos Onetti. Hacia el occidente cabalga con los personajes de Juan Rulfo en un polvoriento mundo onírico y la misma tierra caliente de un ancha Media Luna inabarcable. Al oriente se interna en la vegetación apretada y en el mundo prehistórico de lianas y yagüé que Alejo Carpentier fue el primero en plantar y recorrer con sus pasos perdidos. Del norte llegan una fría detención en praderas nevadas, de versículos de largo aliento, ríos congelados y puertos balleneros. Todo esto se ayunta en la creación de un vasto espacio mítico, en el cual plantar raíces, un poco como los manglares, que se hincan en el agua quieta hasta tocar fondo y vuelven a surgir en ramas. De ahí secreta una escritura que en Mutis sirve como detonante para volverse global. Estas regiones focales Mutis las extiende en un mapamundi propio, una esfera a la que da vueltas en su mano y en la cual, de pronto, enfoca un vasto territorio de mares e iglesias resonantes, de ríos musculosos  y hospitales de misericordia. Mutis va de una región a otra como el holandés errante en su barco fantasma, llegando siempre, invariablemente, a un lugar arrasado por el clima o la acción humana. Todo esto en un coctel en el que se extienden los llanos del Far West, las minas del Rey Salomón, los glaciares de la Antártida, las riveras mortificadas de Benares, mientras que a sus pies chapalea el oleaje de la historia, desde el surgimiento de Estambul hasta la Caída de Tenochtitlán. Álvaro Mutis le ha dado a la literatura en español un mundo que antes no había sido habitado, una resonancia que pasa por catedrales y ermitas y en la cual viven juntos Maqroll, César Borja, Don Quijote, Mario Luzi, reales e imaginados, "trapos que el viento baraja".

Este espacio, que Mutis ha sido capaz de crear y en el que ha podido explayarse, ha sido posible gracias a su íntima convicción de exiliado: una vida íntima sin el peso de un deber ser que lo habría perseguido de no haber salido de Colombia. Sin seguir viviendo intensamente, como lo hace, en sus ríos y cafetales, su ininterrumpida geografía, Mutis quizás habría sido, sin salir de Colombia, un escritor regional, de hondo aliento pero escaso horizonte. A su vez, si su exilio lo hubiera atracado definitivamente en alguna ciudad de Europa, en Bruselas, por ejemplo, donde pasó sus primeros años, o en París, que tanto ama y por la cual lo vi pasear, sin abordarlo para no interrumpir su paseo al lado del Sena, o en la España del Escorial y Felipe II, o en  la Florencia de caciques a la vez turbios y sofisticados, amenazantes y espléndidos, su escritura quizás se habría volatilizado, vuelta retrato sin fondo de esos nudos históricos, a los que el aliento que los otros mares le han traído dan otro espejo y también otro horizonte.

Para entender qué significa la travesía de Álvaro Mutis voy a hablar rápidamente de un artista con el que Mutis muy posiblemente nunca se ha encontrado, pero cuya trayectoria, viniendo exactamente de sus antípodas, es equivalente. André Derouin es un pintor quebequés nacido en las orillas de Montreal, al pie del río San Lorenzo. Su infancia la pasó viendo pasar en verano los barcos y buques que subían por ese río, y por su calle bajaba la travesera del invierno hacia las islas, cruzando el río congelado. No toda su relación con el San Lorenzo es feliz. En ese río se ahogaron su padre y su hermano. Derouin no sentía que su herencia le viniera de la alta cultura francesa, sino de la geografía y cultura real de sus ancestros, que pasado el invierno vasto y blanco cortaban los arces en primavera para extraer su miel. Esa misma cultura era compartida en inglés y francés, aunque el hablarla en distintas lenguas les hiciera creerse diferentes. Así que Derouin, en los años cincuenta, casi al mismo tiempo que Mutis lo hacía, emprendió el viaje hacia los orígenes de su propia americidad individual por un único y mismo río humano hasta recalar finalmente en la ciudad de México, donde estudió con Juan O’Gorman, uno de los últimos muralistas. Después de su estancia en México Derouin regresó a Québec y se estableció en Val-David, en las Laurenciadas, donde ha vivido desde entonces y ha hecho una obra basada en la extensión del blanco frío en el largo paisaje de invierno canadiense pero también en la recuperación de la vegetación de los bosques precámbricos que existieron en Canadá. En uno de sus regresos a México, para una exposición, le tocó el terremoto de 1985, cuyas fechas exactas predijera Juan Rulfo. Se dedicó a recorrer las calles de una ciudad destruida en la que la solidaridad humana hormigueaba levantando ruinas de mano en mano para sacar a la gente que seguía viva y enterrada. Una vez marcada la cuenca de este río de su americidad, Derouin ha extendido sus brazos a muchas otras partes y tiempos. Trabaja lo mismo con los cruces fructíferos del barroco y el arte indígena de México que con el paisaje humano de los Estados Unidos; a partir de ahí ha podido sentir los vientos que llegan de Japón a la costa de Vancouver y también regresar por ese otro río suyo, el de su origen histórico, hasta dar con figura mítica petrea de Carlo Magno. Para Derouin, como para Mutis, México ha sido el centro de una rosa de los vientos que se extiende por todo el mapamundi y que los hace pertenecer, a ambos, a una misma historia y especie humana. A su vez, ambos le han dado a México la posibilidad de no sólo ser u ombligo nacionalista, sino un nudo, foco y cruce de fronteras, mezcla y mestizaje de todo lo que por ahí cruza.

En ese sentido, y como a René Derouin el regreso al paisaje canadiense, México le ha dado a Álvaro Mutis el espacio conmocional para que su escritura viajé a sus anchas y se abra al mundo al mismo tiempo que se entierra en los cafetales colombianos. Si Mutis no hubiera vivido en México quizás no habría dejado salir todo aquello que hizo que ese mundo infantil se convirtiera en alta escritura adulta. A su vez, Mutis le ha dado a México la inmoderada irreverencia necesaria para que sus grandes tlatoanis caigan en pedazos y se vuelvan más, o una vez más, humanos. Es famosa la anécdota en la cual Mutis, al entrar Octavio Paz a un gran comedor, hizo callar a todo el mundo para que se pudiera escuchar la voz del gran hombre. Se hizo el silencio y Mutis alzo la mano hacia un televisor. La voz a la que se refería no era la de Octavio Paz, sino la de Ángel Fernández, uno de los locutores de futbol más famoso que haya habido en México. De la misma manera, su amistad se extiende por rutas que sin él nunca se tocarían, poniendo en un mismo abrazo amistoso a Octavio Paz y a Gabriel García Márquez. El sentido del humor de Mutis, colombiano como la yuca y el aguardiente, ha sido en el apretado más que estrechó mundo intelectual de México una presencia sanamente irreverente, y en Colombia, de regreso, también. Quien no se tome en serio su escritura no entenderá sus botadas. A su vez, quien le crea a pie juntillas va a terminar desencaminado, como estatua de sal varada en el islote de Sancti Petri, sin alcanzar nunca Cádiz, de donde venían algunos de sus ancestros.

 


1Gottfried Benn. Selección, traducción y nota introductoria de José Manuel Recillas. Material de Lectura Serie Poesía Moderna 206, UNAM, México, 205.

2 Gottfried Benn, Postludio. Prólogo y traducción de Eustaquio Barjau. Pre-Textos, Valencia, 2001.

3 Don Paterson, “El arte oscuro de la poesía”. Revista Fractal, núm. 41, 2006, p. 13. http://www.mxfractal.org/F41Paterson.htm





Publicaciones anteriores
   

Parachoques
42 - Caracoleos. Septiembre de 2011 (1)
43 - El pinball o la abstracción del testigo. Octubre 2011 (2)
44 - Los marcianos llegaron ya. Noviembre 2011 (3)
45 - Dendritas. Una inmensa red de fantasías. Diciembre 2011 - enero 2012 (4)
46 - He traído mi vida hasta aquí (1) Febrero 2012 (5)
47 - He traído mi vida hasta aquí (2) Marzo (6)
48 - Versos de un lado a otro. Abril 2012 (7)
49 - Lectura de los afectos. Mayo 2012 (8)
50 - El poema como circulación. De Thomas Tranströmer a la poesía sueca (primera entrega). Junio-julio 2012 (9)
51 - El poema como circulación (segunda entrega). Agosto 2012 (10)
52 - El poema como circulación (tercera entrega). Septiembre 2012 (11)
53 - El poema como circulación (cuarta entrega). Octubre 2012 (12)
54 - "¿Quién es Edward Hirsch?" (primera entrega). Noviembre (13) 2012
55 - "¿Quién es Edward Hirsch?" (segunda entrega). Diciembre 2012 - enero 2013 (14)
56 - El aliento acre de una poesía irreductible. Febrero 2013 (15)
57 - Gottfried Benn: del estupor cuidado (primera de dos partes). Marzo 2013 (16)
58 - Gottfried Benn: del estupor cuidado (segunda de dos partes). Abril 2013 (17)   


Defensa de la Poesía

No. 3 - Noviembre 2007         
No. 5 - Enero 2008         
No. 6 - Aguascalientes: debate sobre la poesía en México. Febrero2008          
No. 7 - Marzo 2008         
No. 8 - Abril 2008         
No. 9 - Mayo 2008         
No. 10 - Junio 2008         
No. 11 - Julio 2008         
No. 12 - Septiembre 2008         
No. 13 - Octubre 2008         
No. 14 - Noviembre 2008         
No. 15 - Diciembre 2008/Enero 2009         
No. 16 - Febrero 2009         
No. 17 - Marzo 2009         
No. 18 - Abril 2009         
No. 19 - Mayo 2009         
No. 20 - Junio 2009         
No. 21 - Julio/Agosto 2009         
No. 22 - Septiembre 2009         
No. 23 - Octubre 2009         
No. 24 - Noviembre 2009         
No. 25 - Diciembre 2009/Enero 2010      
No. 26 - Febrero 2010         
No. 27 - Marzo 2010         
No. 28 - Abril 2010         
No. 29 - Mayo 2010         
No. 30 - Junio 2010         
No. 31 - Julio/Agosto 2010         
No. 32 - Septiembre 2010         
No. 33 - La playa y el risco. Octubre 2010         
No. 34 - Noviembre 2010         
No. 35 - Las salvajes secas. Diciembre 2010/Enero 2011         
No. 36 - El puente. Febrero 2011         
No. 37 - Virtualidades. Marzo 2011          
No. 38 - Una declaración. Abril 2011         
No. 39 - Lenguaje y erotismo. Mayo 2011          
No. 40 - El juego de hacer versos. Junio 2011         
No. 41 - El carrusel y la alfombra magica. Julio/agosto 2011