No. 41 / Julio-agosto 2011

 

De un traficante a otro

 
Rafael Castillo Zapata
Junio de 2011


Un espacio rico de matices y confrontaciones dinámicas se abre en torno al tema de la utopía que planteas en tu texto, Igor. Sin pulsión utópica no hay pasión de cambio, de transformación. Es porque el topos tópico de la vida dada e impuesta nos resulta insoportable por lo que activamos sueños de topos del porvenir. Sin pulsión mesiánica no hay historia, no hay devenir. Si esa pulsión utópica se deforma y se convierte en control autoritario de la vida (como ocurre ya en potencia, es cierto, en los delirios de Fourier, en Bacon, en el propio Tomás Moro) es una cosa lamentable, pero eso no puede hacernos renunciar a la energía que se deposita en ella, energía de emancipación y de liberación en todos los órdenes de la existencia humana, en todos los ámbitos de su acción. Los románticos de Jena, las vanguardias históricas, el pensamiento de Walter Benjamin, serían inconcebibles (y no tendrían su solidez ética y política) si no estuvieran conectados a ciertos flujos de pulsión utópica.

En fin, yo creo que "Sí, manifiesto" tuvo su razón de ser en su momento, fue un nudo de potencia utópica que dialogaba con ciertas instancias de la vida venezolana que clamaban, sí, como dice Benjamin, el místico marxista, por nuestra "débil potencia mesiánica". Éramos románticos y no me avergüenzo de ello. Lo que se celebra hoy es ese impulso sin el cual no habría eso que el propio Benjamin llamaría, también en su lenguaje teleológico, potencia de "redención". Fuimos ingenuos, fuimos ilusos, fuimos sentimentales. Tampoco me avergüenzo de ello. Entiendo y acepto que por esa misma ingenuidad, ese mismo sentimentalismo, y ese mismo arrojo ilusionado cometimos errores enormes de concepción y definición que, sin darnos cuenta, nos vinculaban a experiencias autoritarias: esa "higiene solar" que recuerdas oportunamente, Igor, por ejemplo. De eso, por supuesto, todos nosotros (o la mayoría de nosotros) nos hemos distanciado. Hemos aprendido mucho en estos treinta años de derivas anímicas y sociales, de derivas poéticas y políticas. Lo que estamos celebrando es el valor desafiante de un gesto lleno de esperanzas, de un gesto comprometido con el ideal de que la poesía es una potencia de intervención cívica, de que la palabra inspirada puede abrir camino a una cultura integrada y más sólida, más democrática, más tolerante a las diversidades y a las diferencias. Esa es la misma fe, la misma confiada confianza de un Lezama Lima, de un Brodsky. Y es la misma fe mía. Y no por ello he sentido que el poeta sea, por eso, un ser elegido, ni un ungido, ni un hombre sagrado: el don de la palabra nos exige una responsabilidad extrema, nos exige responder, dar respuesta al otro que nos interpela.

Estas ideas están en el fondo de ese intento quizás trasnochado de los traficantes de 1981 por sacar la poesía de los salones y los talleres de autocomplacencia artesana, ese intento por lanzarse como locos a llevar la poesía a una calle que apenas conocíamos. La boutade anti-gerbasiana fue sólo eso una boutade: el gesto alegremente parricida de todas las conjuras históricas contra el orden establecido. No había en ninguno de nosotros, creo, ninguna veleidad terrorista de decapitación colectiva. Pero teníamos que abrir espacio para respirar de otro modo y lo hicimos cuando teníamos que hacerlo, cuando éramos jóvenes, y todavía el sistema no nos había atrapado, engranado de diversos modos a su máquina. Lo que celebramos es aquella temeridad fraternal, aquella emoción de una manada de poetas confiados en la potencia transformadora de la poesía.

Yo sigo creyendo en eso. En mis clases enseño literatura con la misma candorosa fe en esa potencia: creo que si no fuera así no lo haría, si no creyera que la poesía transforma al mundo, por vías infinitas y secretas, pero indudables y evidentes, a la corta o a la larga.

Yo tampoco refrendaría muchas de las cosas que el enfebrecimiento de la pasión nos hizo decir entonces con un tono que hoy puede resultar anacrónico. Pero rescato, repito, el espíritu que animó nuestra efímera conjura: levantamos una leve y breve polvareda, pero ahí están los poemas. Tú mismo, Igor, has seguido escribiendo, traficando con muchos de los ideales que nos unieron hace 30 años. Tus libros más recientes, enormes, contundentes, magistrales, lo muestran. Y así lo muestran, a su modo, también la poesía de Yolanda, la poesía de Armando, la de Miguel, cada uno en su propia longitud de onda. “El puente", que tendieron tú y Yolanda en un momento crítico de nuestra más inmediata experiencia colectiva está enraizado en el suelo que abonó la euforia y el optimismo de aquellos días de tráfico irreverente con palabras llenas de malos olores y de mugre urbana. En ese puente, digo, veo la resonancia de muchas de las mejores pulsiones emancipadoras que nos unieron entonces.

Yo no me siento atado a la nostalgia: veo hacia adelante, pero sé que no caminaría del mismo modo si no fuera porque hace 30 años, cuando tenía 23 y era un ingenuo de muy flaca estampa, tuve la experiencia de fraternizar con estos cinco amigos míos que me abrieron los ojos a la realidad y a una poesía deseosa de encarnarse y participar de esa realidad, transformándola.

En eso yo sigo en mis trece de hace treinta, pues siempre que sea necesario hay que poder volver a decir, si los tiempos lo exigen, que sí, que nos manifestamos, porque algo anda muy mal, porque algo tiene que cambiar, porque el mundo está fuera de quicio y no nos vamos a callar ni a cruzar de brazos mientras se nos viene encima la barbarie.

Contra las jaurías de ayer, de hoy y de mañana:

LA POESÍA
COMO CUBREFUEGO

contra las andanadas ominosas de los que celebran la muerte
contra el lugar común en la casa del idiota
contra la burocracia mental
contra el sectarismo
contra el fanatismo
contra la ceguera gregaria
contra la intolerancia
contra la ineptitud de los que mandan y desmandan
contra los sumisos
contra los que aplauden
contra los que insisten y persisten en mentir
 

Leer:

  • "Papel Literario. 30 años del grupo Tráfico"



  •     Verónica Jaffé, "Respuesta a una trastada"