No. 75 / Diciembre 2014-Enero 2015 |
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Juan Domingo Argüelles
Querido Padre: Tú me exigiste congruencia, pero jamás la practicaste. Te escuché tantas veces hablar y disertar de la dignidad lírica que yo siempre creí que tú eras digno, querido padre indigno. Querido Padre: Pensé que la razón era tu fuerte y que la sensibilidad tu contrafuerte. No sé por qué pensé tales candores. Quizá porque confié más en tus libros que en tus errores. Querido Padre: Fue tan fácil decepcionarme de ti que hoy me pregunto por qué todo este tiempo creí que era difícil. Una cosa, papá, eran tus libros, y tu vida otro asunto. Querido Padre: ¿Qué fue primero: el vástago o el padre? ¿Tú me elegiste a mí o yo elegí a mi padre? Este es un dato más entre las muchas cosas que no sabré jamás. Querido Padre: La última y nos vamos. Tu última batalla, de cara al precipicio. Tú te vas, yo me quedo a barrer por mi cuenta tu estropicio. Querido Padre: ¡Qué padre hubiera sido que en tu lecho de muerte hubieras adornado tu final con mentadas de madre y rugidos potentes de animal! Mas nada de esto hiciste: quien se fue fue un extraño, un auténtico extraño, querido padre espiritual.
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