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Todo en orden
, Coral Bracho / El pino
de Stefaan y Solange
, Víctor Manuel
Cárdenas / Egisto, mientras tanto, Julio
Hubard / Poderes del cuchillo, Blanca Luz
Pulido / Doble naturaleza, Rodolfo Mata /
Ronda del Mig, Pedro Serrano
Parentalia ediciones/UNAM, México, 2015.

Por Alejandro Higashi
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No. 89 / Mayo 2016





¿Qué une a estos nuevos seis volúmenes de la colección Fervores de Parentalia ediciones, en coordinación con la Universidad Nacional Autónoma de México, preparados amorosamente por Miguel Ángel de la Calleja? Se me ocurren muchas asociaciones simbólicas: el seis es el número más perfecto de los imperfectos (le falta uno para llegar a siete); sugiere un six-pack de poesía, de 355 ml c/u o 20 páginas, cuya promesa inmediata es esa felicidad algo achispada que provoca un poema inteligente; en la Cábala, la sexta esfera de las sefirot es precisamente Tiféret, cuyo nombre se traduce por la belleza; salvo Rodolfo Mata, quienes publican su obra en esta oportunidad tienen nombres compuestos por seis letras: Bracho, Víctor, Hubard; Blanca Luz Pulido tiene un doble seis (Blanca y Pulido) y las de Pedro Serrano suman doce. Por sus fechas de nacimiento, podríamos hablar de una generación (nacidas y nacidos entre 1951 y 1962), pero la verdad es que el concepto de generación cada vez se entiende menos: ¿una serie de características compartidas por el mero hecho de haber nacido más o menos en el mismo decenio? Quizá sería más atinado referirnos a una promoción: un conjunto de poetas cuya obra coincide, con independencia de sus edades, de su experiencia, de sus poéticas, en los mismos espacios de difusión en tiempos simultáneos, como sucede hoy en Parentalia ediciones, en iniciativas para difundir la literatura en general y la poesía en particular, en canales de difusión, en recitales, en premios, en el prestigio y madurez de sus obras. Los une, por supuesto, el pertenecer a una colección que llega con esta entrega a los 31 números y en la que han publicado, entre otros y otras poetas, Dolores Castro, Enrique González Rojo Arthur, Elva Macías, Efraín Bartolomé, José Ángel Leyva, Sandro Cohen, Elsa Cross, Eduardo Langagne, María Baranda, Pura López Colomé, Claudia Hernández de Valle-Arizpe, Eduardo Casar, Raymundo Ramos, Luis Tiscareño, Aurelio Asiain y varios más. Sin distingo de generaciones, se trata en todos los casos de nombres unidos indefectiblemente a la historia de la poesía mexicana en los siglos XX y XXI.

Pero creo que lo que primordialmente une a este sexteto poético son sus diferencias: cada uno de los participantes ha sabido, desde la especificidad de su trayectoria, aprovechar las veinte páginas de la plaquette de la colección Fervores para  plasmar en ella una nítida huella digital que dota a estos folletos de una doble lectura: por un lado, es posible reconocer en ellos una trayectoria poética que no puede serle ajena al lector o lectora que frecuenta la poesía; por el otro, se vive la sorpresa de la obra nueva. Si en la perspectiva del género plaquette está la difusión de la obra de poetas en ciernes, aquí como en la colección Material de Lectura late otro propósito: presentar autores y autoras que se han consolidado. Se trata, en cierto sentido, de (re)presentaciones y no de meras presentaciones.

Cada plaquette tiene sus especificidades. En el caso de Todo en orden, de Coral Bracho, varios de los poemas se publicaron previamente; pero lo significativo es que esta nueva agrupación dota de un sentido diferente al conjunto. Si revisamos las reseñas de los libros previos de donde se tomaron varios de estos poemas (Si ríe el emperador, 2010 o Marfa, Texas, 2015), comprobaremos la dificultad de la crítica para llegar al meollo político de sus últimos libros: por lo general, las observaciones de los reseñistas suelen detenerse en el plano esencialista y en la sucesión de estados anímicos; en la reiterada presencia de los objetos y en la ausencia permanente de los sujetos, nada más evocados. En Todo en orden, por el contrario, desde el título se percibe una llamada de atención irrenunciable hacia una poesía que se compromete con una realidad al mismo tiempo subjetiva y social. Si la poesía sirve para dar nombre a nuestras emociones, ¿qué nombre dar a la emoción que despierta estar al tanto un grupo de jóvenes que simplemente se declaran “desaparecidos”? La imagen de un “desaparecido” es sin duda poética, el sujeto evocado a través de su huella, pero la realidad detrás resulta brutal y despiadada. Uno no se evanesce en el aire así nada más. Esta declaración irónica de Todo en orden deja claro desde el principio que nada está en orden (muy a pesar de lo que se dice en la televisión, gran protagonista de este poemario) y que la violencia no tiene nacionalidad: Bracho igual se refiere a Irak, a Ayotzinapa y a Marfa, Texas, quizá porque la violencia que refleja Todo en orden tampoco la tiene; quizá porque en un mundo globalizado parece imposible no ir atando cabos (muy a pesar de lo que se diga en los medios de comunicación). En esta nueva articulación de sentido, el poemario inicia con la violencia televisada, cotidiana y al mismo tiempo distante, y tiene como clímax una reflexión sobre las “Facilidades para desviar e invertir” del capitalismo salvaje. Televisión, desinformación, consumo desmedido son marcos perfectos para el abuso y todas las formas imaginables de violencia.

En la alegoría del pino de Stefaan van den Bremt y Solange Abbiati, de Víctor Manuel Cárdenas, se desgrana la dilatada historia de vida de un árbol majestuoso que empezó en semilla y ahora es una inmensa secoya secular, en algún punto de Bruselas. El árbol es un mudo testigo de la historia milenaria, desde la nada hasta la fundación de la ciudad, y de su capacidad para sobrevivir a un convulso mapa europeo sin haber sido conquistada por ninguno de los países vecinos (lo que explica en parte que se haya vuelto casa del Parlamento Europeo y de otros órganos internacionales). Más alta que cualquier edificio aledaño, más antigua y más sabia. Esta profunda reflexión sobre el paso del tiempo y la capacidad de la vida no humana para permanecer ahí, se sobrepone, por supuesto, la incapacidad del ser humano para perdurar. La naturaleza subjetiva e intimista de esta reflexión no puede sustraerse a los recientes atentados terroristas sufridos el pasado 22 de marzo de 2016 en la ciudad de Bruselas. La secoya probablemente sigue ahí.

Julio Hubard, en Egisto, mientras tanto, en ese estilo tan personal que le permite pasar de un registro literario a otro coloquial sin solución de continuidad y donde la mitografía se enhebra con la realidad cotidiana, nos presenta a un Egisto mítico y contemporáneo que simplemente cumple su destino: restituir el imperio a su padre incestuoso. El personaje mitológico elegido es una figura compleja, un antihéroe: por fidelidad a su padre, padre y abuelo al mismo tiempo en virtud del incesto cometido contra su hija, traicionará a su padre de crianza sin apenas dudarlo. Hubard transforma esto en una saga familiar contemporánea donde los sentimientos dominantes no son el amor ni la fidelidad, sino la desconfianza y el abuso. A través de distintas estancias, se suman escenas desoladoras como en una tragedia griega: la niña “rota” que se esconde debajo de la escalera para no ser abusada; el hijo de la “cópula culpable” que se abandona en el bosque para aprender “a correr entre las bestias y a embestir”; la gestación de una envidia incontrolable y letal entre hermanos.

La Doble naturaleza lingüística de Rodolfo Mata queda registrada en el poemario homónimo. Escrito en tres tiempos, se compone de poemas en español, poemas en portugués luego traducidos al español y poemas en portugués sin traducción; la conclusión, una lemniscata, se antoja obligatoria: representa esas cintas colgantes que, en espejo, recuerdan el símbolo del infinito y reflejan al mismo tiempo la incorporación del bilingüismo y el biculturalismo a los que alude el poemario. El ejercicio de bilingüismo in crescendo no es un mero llamado al virtuosismo: con él, quien lee presencia un proceso de maduración donde epifanía tras epifanía se revela un mundo en toda su extensión, desde sus referentes más superficiales (paisajes naturales en distintos puntos de la geografía brasileña) hasta los más profundos, como el mismo componente lingüístico. Quien lee tiene la oportunidad de agudizar su percepción poema tras poema, para pasar de un mundo de opuestos (español – portugués) a un mundo más complejo de opuestos complementarios, donde “bajo el monumento a la patria” se agita “un grupo de niños de la calle”, donde se lee a Valery para proponer una lemniscata poética, donde el poema en portugués puede traducirse al español o puede no traducirse.

Los Poderes del cuchillo de Blanca Luz Pulido es una plaquette unitaria sobre los poderes de las cosas, donde el lector progresa en un orden narrativo. Luego de mostrar el despotismo ilustrado con el que las cosas nos otorgan una identidad (a la voz lírica, sus instrumentos de escritura y sus libros, las líneas ocultas entre sus páginas) y nos someten luego a una tiránica rutina (protagonizada por la taza de café de Julio Torri), la voz lírica ensaya distintas formas de libertad como el sueño y la duermevela, para caer en la cuenta del peligro que subyace siempre en el cuchillo que da nombre a la plaquette o en el casquillo de una bala que ha sido percutida. En el fondo, se trata de unas vidas paralelas donde las cosas y los seres humanos comparten el espacio sin apenas ser conscientes de su contigüidad; sobre cómo se determinan mutuamente a través de esa convivencia, sin advertirlo; sobre cómo se pueden establecer vínculos tan fuertes con esos objetos inanimados al grado de preguntarse si no estarán, en algún grado, también vivos. Esta plaquette refleja una exploración muy actual para una sociedad  moderna de consumo como la nuestra, donde los tiempos de ocio se han orientado hacia la adquisición masificada de bienes y nuestra identidad depende más que nunca de los objetos acumulados a nuestro alrededor... y no de nosotros. Ser a través de los objetos que nos identifican es una forma triste de ser... o peligrosa, como queda claro en los Poderes del cuchillo.

En la Ronda del Mig, Pedro Serrano nos invita a transitar por esa ronda del Mig, una vía rápida que atraviesa Barcelona y que le sirve para unir varias epifanías urbanas o rurales a través de una mirada atenta y reflexiva de la voz lírica. Se trata de un conjunto lleno de sutilezas, donde quien lee debe estar atento las distintas emociones que acarrea consigo el asombro. El eje de la experiencia es la contemplación, pero la fantasía mesurada de la voz lírica le confiere todos sus matices; ahí, las piedras de la Cala de Aiguafreda se convertirán, dentro de miles y miles de años, en arenas; en Montjuic, la elevación más prominente de Barcelona, la mirada se concentra en las gesticulaciones de una lagartija que “escupe fuera una flecha de tierra”; en un piso de la calle Bori I Fontestà, se contempla a un pequeño Nicolás, dormido en su cuna, pero desbordado ante la vista de su padre; en la playa de Sa Tuna, en la Costa Brava, una pareja cruza entre las mesas de un restaurante y encuentra su esencia en eso que fueron y que ahora es “una bicicleta roja recargada en el muro”.

El diseño de las plaquettes y la edición de los poemarios estuvieron al cuidado de Miguel Ángel de la Calleja, con ilustraciones de Gerardo Torre y el apoyo de Sofía Escorza Canseco. En la era del facilismo editorial, donde para el horror de quienes leemos las ediciones se prefabrican en el PDF, arroba advertir el cuidado que se ha puesto en estas plaquettes no sólo para huir de la errata (gesto mínimo de cortesía hacia quien lee), sino para que los cortes de verso, los cambios de estrofa y otros aspectos formales que pueden ayudar o entorpecer sigan la voluntad autoral sin interrumpir la lectura. En esta colección puede hablarse de un arte de editar y de un trabajo casi artesanal, en el sentido más deseable del término. Al final, también se trata de libros y quien se interese en la poesía no podrá ignorar los cambios de textura entre las cartulinas de las portadas y el papel de los interiores o los guiños poéticos en los colofones: este libro se terminó de imprimir “cuando no se tiene qué decir sino una soledad intensa y aguda como el azogue y como las tijeras” (versos tomados de Neftalí Beltrán) o “cuando ciegos de llorar, van extraviados” (de Alfredo Placencia).

Seis libros muy distintos entre sí, pero con un innegable aire de familia: para este grupo de poetas, escribir poesía se parece más a pensar que a tirarse con los ojos cerrados por el precipicio; la poesía es una vía esencial de conocimiento y, como tal, anda en busca de lectores y lectoras inteligentes y sensibles. No es un acto intuitivo, sino que parte de una profunda voluntad creadora que enlaza con una necesidad de comunicar una verdad entrevista en algún sitio y de algún modo. En todos los casos, se trata de pequeños mecanismos de pensar a través del decir, pero también del sentir.  Coinciden en tener un pie bien puesto en la realidad inmediata y el otro, en el poema: ninguno apuesta por la simple parodia o por el prestigio fácil de la intertextualidad, haciendo propios versos ajenos con el pretexto de que eso es posmoderno; quizá por ello pesa en la mayoría el desencanto. Todos muestran disposición para dialogar con la realidad y sacar provecho de ese diálogo. Se trata de poetas en su madurez creadora, lo que se nota en la fuerza de sus afirmaciones, sin rodeos, sin titubeos, en la claridad de sus objetivos.