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Víctor Hugo Piña Williams
(Ciudad de México, 1958)


Darío a dar
y rubescente de arribos
a la siempre viva carne viva
donde se dice decir,
donde se ahínca
el surco zarco
o puerco,
donde las creaturas
a pesar de todo
y pasar de nada
se olisquean el canuto canoro
cuya armonía
nace a entendederas,
más allá del habla obligativa
que pende
del clavo ardiendo
contra el muro
del alma descendida.
Los mismos trinos
de la mismidad cósmica,
y Rubén a vueltas oteadoras
por la diaria noria abecedaria.
Con la candela
entre las manos y el lendel
todo sembrado
de esa lumbre
y de esa ceniza.



Manes de este Manrique
para el solar
donde uno se despide
sin casa ni causa,
con la pura fuerza de la voz bastante,
entre sones que resuenan
a farfullos de reino
en cabezas de delirio
y a carrasperas escogidas para llantos
de gente al cabo partida
pero nunca ida.



Álzate, Marqués
en la hacienda
de tu diciendo,
en la perfecta
lengua
defectuosa
con que tanto
precio
te aprecias.
Júntale
a la serrana
unas rimas
adamadas
de saboreados
sinsabores,
acompasa
para ella
unos metros
como mirtos
donde
va quedando
menos romo
este romance
y más luciente
la santidad
de verba llana.

 

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