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Fernando de la Cruz
(Mérida, Yucatán, 1971)




Como cualquier lugar donde uno escupe



Seguirán tan contentas las señoras saliendo de la misa.

Mientras tanto cada quien en lo suyo:
la pinta de graffiti, la venta de cariño,
la patrulla punzándonos los ojos con sus faros,
una cauda viril de bisbiseos al paso de mujeres
y la ruta de escape en la botella o lo que haya a la mano,
ya que Dios —como dicen— proveerá.

Así que como siempre habrá de todo,
paredes que soportan el peso del olvido
bajo un cielo cautivo de cables y alumbrado,
colillas que no dejan de inmolarse al contacto del sol y del concreto,
papeles y envolturas que vuelan con el soplo de los coches
como si fueran libres…

Puede que alguien sonría de repente si llega a ver la luna sobre un charco
pero no dejará de tropezarse con las grietas y baches del progreso
en este viejo asfalto de la historia.

Seguirá habiendo muros coronados de vidrios,
protectores en todas las ventanas, candado en las cocheras,
en algunas esquinas burladeros
quizá contra las horas en que no pasa nada más que el tránsito,
dejándonos tan solo moretones en el aire y polvo en las pestañas.

Y tú, borracho fiel
que en la plaza maldice a todo el mundo,
te habrás vuelto profeta en esta tierra.
Notarás que me fui
o pasará mi ausencia inadvertida
y mi voz,
en la bulla del tiempo en los oídos,
habrá valido igual que mi silencio.




Que el silencio devora paso a paso


Sin embargo la noche dejará los recuerdos encendidos
mientras todo lo demás irá cayendo con el polvo levantado.

Avenidas enteras caerán con la gente, su vértigo, su bulla,
intricadas planicies del asfalto que trasciende fronteras,
edificios que posan imponentes,
catedrales que alardearon mirando a las alturas,
las murallas que están por levantarse tras de mí,
esas torres de la expectación perpetua
y la luz intensamente poseída de todo lo que veo…

Tu voz en cambio sigue relamiendo la arena
como el oculto oleaje de un oasis que puede ser real,
y la marea vuelve de tu respiración a media noche,
tu susurro entre sueños, la armoniosa silueta de las sábanas.

La luna convalece. Quiere escapar también de tu memoria,
de lo que atestiguó entre las cortinas abiertas como el tiempo
y desfallece en lluvia de meteoros.

Quedará todo entonces donde el viento se canse de llevarlo
entre el polvo y los fragmentos de luna reducidos al hollín
acumulado en las ventanas, los espejos
de todo lo que brilla entre los sedimentos del pasado,
y entre duelas de puertas y postigos
de aquello que devora el horizonte detrás de mis espaldas.





Las fauces de Dios


Una llovizna y todo se viene abajo.
se va la luz,
el bóiler no calienta,
se apagan los semáforos, como ya puede oírse…

Apenas unas chispas de tormenta
y el horizonte suda sus temores
a la fatalidad.
Se derrumban los muros
de la confianza en esto que amamos en abstracto.
El gris borra fronteras de lo que es
y ya no vemos.
Volveremos a la sombra que danza en la hoja en blanco
a la luz de la vela,
como siempre había sido.

Fue tan solo un suspiro de los dioses.
Imagínate cuando despertemos
con el torrente encima del cambio de las eras.

Prenderemos las velas
de las naves
y que Chaac nos agarre confesados.






 

 


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