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Jorge Aguilera López
(Ciudad de México, 1979)




Reflexiones de los 30

 

A Enrique González Rojo Arthur

A Fernando Franco Delgado, asesinado
en Sucumbios, Ecuador

 

Tengo un pasado, pero todos tenemos uno.

Tengo un presente, y eso no todos lo tienen, Fernando lo sabe.

Pienso en el futuro, y ahí es donde la angustia se me trepa a la cabeza.

Cuando tomo cerveza, las manos se me caen de vergüenza.

Cuando fumo, la lengua se me hincha de vergüenza.

Cuando me desvelo intento robarle horas al día,
restarle ocios a la noche,
ganarle la partida a la madrugada.

Lo malo es que la mañana siguiente siempre me gana por nocaut.

Perdí la inocencia de lector en Cortázar.

Perdí la ingenuidad en el Marqués de Sade.

Me volví escéptico en Marx y Engels.

Me volví rebelde en Vallejo, irreverente en Girondo.

Creo que Maples Arce es el Dios y Arqueles su profeta.

Pero el chingón chingón es List Arzubide.

Soy músico frustrado, cuentista frustrado, economista frustrado,
politólogo frustrado, guerrillero frustrado, luchador frustrado, conductor
de radio frustrado.

Viajo en metro porque no soporto el tráfico.

Viajo en micro porque no soporto el metro.

Creo que Sabina se acabó los ácidos.

Creo que hay genios anónimos: se llaman Catana, “Mastuerzo”, “Ictus”,
José Cruz.

Me gusta la poesía en crudo, con limón y sal.

No soporto el champagne del endecasílabo sáfico, del serventesio heroico.

Detesto la poesía pura, la pureza está bien para las monjas.

Un amigo me contó de Mario Santiago. Desde entonces la realidad es un inframundo.

Un ratón me comió la lengua. Desde entonces un grito de gato hace fiesta
en mis encías.

Perdí mis discos de Piazzola, de Armstrong, de Coltrane. Sólo me quedo la
síncopa.

Leo a Roque Dalton, A Juan Gelman, a Paco Urondo, a Ernesto Cardenal,
una traducción de Bertolt Brech.

Pero no puedo con Octavio Paz: soy fan de la lucha libre.

Analizo mis palabras más que mis actos.

Soy cobarde, pacifista violento y erotómano.

No quiero saber qué hay más allá de los treinta, hoy no.

Quiero gritarle “hijo de puta” a cualquier hijo de puta que me hable de la
salvación.




Yo tenía una muñeca, pero nunca se vistió de azul

Vestía de rojo, y gritaba que el pueblo y que la miseria.

Se peinaba de cola de caballo para poder montarme por las tardes,
se maquillaba de negro para oscurecer su ternura,
iba del brazo a la pierna, cada mañana
                              (así era de obsesiva).

Nunca la vi en televisión, pero tenía más espectadores
que la comedia de las nueve.

Fue a la costa, y vio que no era buena;
fue al cerro, y vio que era infinito;
fue al techo de su casa y vio que Dios no era alto,
pero que en cambio era un tenis en un cable,
es decir que siempre estuvo allí
incluso antes que nosotros.

Mi muñeca no me veía,
mi muñeca se anudaba las orejas
                    y no me escuchaba.

Somos marxistas, de la tendencia Groucho,
Decía
Y se iba como duende en los ojos de su gato.

Mi muñeca nunca vistió de azul,
pero cuando vestía de rojo era furia en las manos.

Entonces yo no tenía otro remedio:
desvestirla, despeinarla, sacarla del gato.
Y dejar que el Tenis bendijera
                                            nos.


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