No. 41 / Julio-agosto 2011

 

Contra el Sí, Manifiesto

 

Igor Barreto


¿Por qué celebrar la ultima trastada utópica de una vida cuando hoy vemos cómo la utopía engendra sólo monstruos de pensamiento único? Y, los monstruos hacen lo que saben hacer, vivir de la muerte y de la pobreza. Sin rodeos, el Manifiesto de Tráfico fue un gesto romántico que pretendió imponerle al poema una idea de realidad y una obligación moral, alejada de la pluralidad necesaria que reclama cualquier acto de creación. Fue un Manifiesto cuasi-autoritario, recordemos aquello de la “Higiene solar” que bien podría ser la expresión de un alto prelado del vaticano en tiempos del apoyo a Mussolini. Se trataba de un Manifiesto centrado en un acto de simulación (queríamos ser radicales de izquierda), una puesta en escena ideológica que podía ser leída como la fiel prolongación del discurso de una generación (la del 58) derrotada por un poema de Cadenas que se valió del individuo y sus vulnerabilidades humanas como único escudo defensor contra las estratagemas de un poder emergente. Y pienso en estratagemas, porque estos intelectuales fidelistas y otros advenedizos suscribían cuanto documento ideaba la supuesta “democracia corrupta”. Nunca olvidaré el documento firmado por la mayoría de los escribas bolivarianos apoyando la candidatura de Jaime Lusinchi, abanderado de Acción Democrática,  durante la campaña electoral de 1983, una foto fija del oportunismo, que hoy suscriben con igual entusiasmo criminales políticas de apartheind. Sería interesante preguntarles, si fuera posible, cuáles eran la razones de aquel apoyo: dinero y poder, como el cinismo de estos días. Y es que la utopía ha sido una idea en la cultura venezolana que ha terminado engendrando pesadillas: literarias, universitarias y sociales. Por resistir contra esas formas de poder que se comen a los poetas en tajadas, fue que Yolanda Pantin y yo emprendimos muchos años después la edición de la revista El Puente. Junto a destacados amigos defensores de la idea democrática, quisimos, entonces, resistir al intento de uniformar  al individuo, evitar la pérdida de su rostro, como ocurre en las fotografías de Aziz+Cucher o en los últimos cuadros de Malevich con sus neutros campesinos soviéticos. ¿Cómo despojarnos ahora de la heroicidad de las afirmaciones del Sí, Manifiesto para no tener en lugar de nariz, un cuerno de rinoceronte (recuerdo la pieza de Ionesco), o morir de vanidad sobre un trono?

 

Leer:


    Verónica Jaffé, "Respuesta a una trastada"

    Yolanda Pantin, "Respuesta a Rafael"