Poemas colombianos

Fernando Herrera
(Medellín, 1958)

Las montañas

Una hilera de montañas marca el límite del valle donde se levanta Santana; detrás están los llanos infinitos. En tiempos de lluvias se adivinan apenas entre la bruma espesa, pero en los días soleados se recortan oscuras y graves contra el firmamento diáfano. Sus formas son caprichosas. A veces suaves y onduladas, otras abruptas, angulosas. Se perciben lajas enormes  - vestigios de antiguos hundimientos, de cataclismos ignotos -   que dan con su trazo geométrico una irregularidad misteriosa. Esa es zona de páramos y abundan las lagunas que fueron escenario de ritos religiosos de los antiguos pobladores.


El jardín

Aquí unas hortensias lilas o de un delicado azul pálido, las espadas verdes de unos gladiolos, unos matorrales de rosas; allá, girando como bailarinas unas fucsias, luego unas amapolas de pétalos leves, más acá unas eras de agapantos, antes de unas hileras de cartuchos, un oloroso manojo de geranios, cerca de un redondel de pensamientos de diferentes colores, y en distintas partes, la emblemática flor de lis y las dalias inclinadas deshojándose en silencio. Todo bajo la fronda del cerezo,  bajo la protección de unos tupidos arbustos de camelias, al lado de unos nogales y de una palma de cera adolescentes, junto a una araucaria, cerca de los sauces claros; tal el jardín que crece en desorden ocultando el corredor de la casa que escolta un penetrante borde de violetas, en medio del aletear eléctrico de los colibríes, del zumbar de las abejas, de los gorjeos y los correteos infantiles de distintas aves, y, de tanto en tanto, la nerviosa ráfaga fugaz del toche entre las ramas de los árboles: “llama, llamita, manzana de miel”.


El viento

Entra por un boquerón de la cordillera trayendo todo el aliento de los llanos. A veces con fuerza, a veces suave, pero siempre constante, un soplo que no cesa, que marchita la hierba, que hace que las flores, los árboles, el pasto y las espigas crezcan inclinados hacia el occidente. Todo, todo en Santana está marcado por ese viento oblicuo, por esa corriente en diagonal que azota los surcos, que desvía el rumbo de las aves, que arrebata los sombreros.


Cuarto de los aperos

Está en medio de las pesebreras que dan al patio empedrado. En los muros hay soportes con herraduras invertidas que sirven de perchas y colgados allí, se hallan los frenos y las jáquimas de los caballos y los zamarros de los chalanes. A un lado, en unas vigas redondas que van de muro a muro en dos hileras, están las sillas y los galápagos con sus estribos colgando, como si cabalgaran en ellos los duendes; y en un aparador abierto de entrepaños de madera, apilados, las herraduras y los clavos de herrar junto con los cepillos para peinar las crines, el sebo para el cuero y los ungüentos para las inflamaciones de las coyunturas de las bestias. Todo allí adentro en esa penumbra, tiene un olor rancio de talabartería mezclado con orín de hierro y sudor de caballo.

 


Fernando Herrera ha publicado los siguientes libros de poesía: En la Posada del Mundo, Premio Nacional de Poesía Universidad de Antioquia 1985, La Casa Sosegada (1999) y Sanguinas (2005), ganador del VIII Concurso Nacional de Poesía Eduardo Cote Lamus 2002 por la Universidad Nacional de Colombia. Ganó una Beca de Creación otorgada por  Colcultura en poesía en 1993. Ganador de una Residencia Artística en México, del Grupo de los Tres en 2004. Recientemente obtuvo el Premio nacional de Literatura de Colombia por su poemario Breviario de Santana, del que proceden los cuatro poemas que aquí ofrecemos.


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