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No. 52 / Septiembre 2012

 

Washington Benavides
(Tacuarembó, Uruguay, 1930)




Prontuario (bis)


Pensábamos: ya es bueno el acarreo
De tanto santo para tal prontuario.
Mas falló la memoria de este reo:
se le cayeron cuentas al rosario.

En el gótico donde Poe se atreve,
 y Kafka te abandona pero en Praga.
Pushkin: Dama de Pique y duelo aleve;
Villon, colgando, sueña con La Maga…

Oye –te dicen- los murilogramas.
Tan provinciano con López Velarde.
Y con Juan Cunha a eso de la tarde,
 o con San Juan en su noche de llamas.

De Fernando Pessoa el heroísmo
al hospedar al visitante adverso;
que puede ser  maestro de tu verso
 o combatirte con su vanguardismo.

O Julio Herrera en guerra con su aurícula.
Trazando en su Desolación Absurda
un sismograma para la ridícula
sociedad de abanico y tan palurda.

Y entre quintas y diablos, con Marosa,
historiando violetas y vampiros.
Que el camino de plata en la babosa
es el horror que guardan los suspiros…

–Reo común–: bien sabes que no puedes
enumerarlos. Ni un Aleph te cabe.
Por mucho que te exprimes y te agredes
sólo podrás al fin decir: un Ave.

La aguja de marfil la vista apaga…
-Al zurcidor ya no le queda hilo-
Entonces, liberó el mito y la saga,
  ycon Homero se durmió tranquilo…




Helena (Poema-proceso-prontuario)


Helena. Podría empezar y terminar mi trabajo
de hurgador, ratón de biblioteca y de poeta,
con la escritura de tu nombre: Helena.
        Elénaus
        Eléptolis
        Elandros.
También aquí, recuperada por el Viejo Ezra,
se sintetiza tu tragedia íntima y gregaria.
Permítanme que adjunte, con una incapacidad
manifiesta del orden (no de la aventura),
lo que esta mujer o semidiosa o arma de doble filo,
ha provocado desde la Antigüedad. Homero. Canto III
de La Ilíada. Helena “la de los blancos brazos”
mientras junto a los muros de Ilión, teucros y aqueos
combaten por ella, está tejiendo en el palacio “una
gran tela doble, purpúrea, en la cual entretejía
muchos trabajos que los teucros, domadores de caballos,
y los aqueos, revestidos de bronce, habían padecido por
ella por mano de Ares”.
Junto a las Puertas Esceas, estaban los ancianos del pueblo.
ya no combaten pero “semejantes a cigarras” arengan
a los guerreros. Al ver a Helena que hacia los muros
se encamina, con suave voz se dicen:
“No es reprensible que troyanos y aqueos, de hermosas grebas,
padezcan largos años por tal mujer: terriblemente se parece
su semblante al de las diosas inmortales. Pero, aún siendo así,
váyase en las naves, y no quede para futura desgracia nuestra
y de nuestros hijos.” Cómo ignorar que el gran tejido doble
y purpúreo, donde trabaja Helena, es una escapatoria
de su vergüenza y su destino, y, a su vez, para nosotros,
es otra muestra de aquellas magias parciales de Borges
y su maestro Macedonio, con la obra dentro de la obra,
como en Hamlet, o en Don Quijote o en Las Mil y Una noches.
El tema de los ancianos teucros ante Helena, sirvió
al poeta de La Pléiade, Pierre de Ronsard, en sus sonetos
otoñales a Helena, Libro II (1584) en el texto VII:
“No debe sorprendernos” –decían los ancianos
sobre el muro de Troya, viendo pasar a Helena.
Eurípides escribió una tragedia “Helena” y los otros
Dos grandes (Esquilo y Sófocles) en sus incursiones
en el Ciclo troyano, rozan o citan a la mujer “de los
blancos brazos” o el gran poeta medieval francés,
Francois Villon, (siempre a medio camino entre
la delincuencia y la maravilla), dice en su Balada
por Francia: “o tenga un desastre y guerra tan cruel/
como los troyanos por la captura de Helena;”
Christopher Marlowe (1564 en Canterbury, 1593
en una taberna de Deptford apuñalado) única voz
que puede parangonarse con Will en el drama isabelino,
reescribió –admirablemente- el tema legendario
del Doctor Fausto. Su: “La trágica historia del Doctor
Fausto” que, admiró y lo siguió de cerca en su “Fausto”
nadie menos que Goethe, en su Acto IV, Escena I, pone
en boca de Fausto (cuando se enfrenta a Helena), mágicamente
estas “aladas palabras”: “¿Éste fue el semblante que lanzó
a la guerra mil barcos e hizo arder las enormes torres de Ilión?
Dulce Helena, hazme inmortal con un beso. Sus labios absorben
Mi alma; ya veo adónde vuela. Ven, Helena, ven y devuélveme
mi alma. Aquí me quedaré, porque el cielo está en tus labios
 y es hez todo lo que no es Helena. Yo seré Paris y por tu amor,
en lugar de Troya saquearé Wurtenberg, y combatiré con el débil
Menelao, y llevaré tus colores sobre las plumas de mi yelmo. Sí, y heriré
a Aquiles en los talones y luego tornaré
a Helena para pedirle un beso. ¡Oh, tú eres más bella que el aire
de la noche revestido de la beldad de mil estrellas; más esplendente que
el flamígero Júpiter cuando se apareció a Semele; más gentil que el
monarca del cielo cuando reposa
en los azules brazos de Aretusa; nadie sino tú será mi amada!”
El gran poeta dramático, Marlowe, escribió esta maravilla, antes
que un matón de lupanar terminara con él y su poesía.
Goethe, en la obra que le llevó una vida componer,
en el Acto Tercero, impone la figura corpórea de Helena,
no su fantasma, y al enfrentarla, el seducido Fausto,
nos dice: “Yo apenas puedo respirar; mi palabra tiembla
y vacila; es todo un sueño; han desaparecido el tiempo y el lugar”.

Debo agregar el “Homero en Cuernavaca” (1948-1951) que
escribió Alfonso Reyes, y donde surgen su “De Helena”
y su “Paris-Alejandro ante Helena”. Don Alfonso confiesa
sin tapujos: “-Helena: soy tu ciego enamorado/ y a confesarlo
sin rubor me atrevo,/ pues te descubro en cada rostro nuevo,/
a poco que merezca mi cuidado.” Helena pasa por todos
nuestros sueños. Como dijera Don Alfonso “en cada rostro nuevo” o
desconocido. Ahí es ráfaga en la ventanilla de un tren
que no tomaste, allá en Toledo. O es una risa no discernible
en el café brumoso de Lima o de Santiago; o pasea en la Plaza
de la Alfándega en Porto Alegre, bien acompañada.
O despertó tu sueño de Campari en un bar por el Norte,
y hace tiempo. Ninguna star del cine te amerita.
Lo han intentado con beldades italianas o germanas.
Tú eres tú. De todos y de nadie, reverencialmente
Te saludo, Helena. 

            

 

1La primera parte se publicó en el libro El molino y el agua (1993); la segunda
(que aquí publicamos) se redactó en junio 15-19 del 2012, en Montevideo.

 

 


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