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No. 52 / Septiembre 2012

 

Elva Macías
(Chiapas, 1944; vive en la Ciudad de México)


De Caravanas en riesgo


                                                                           Desde Juan el Bautista, cada uno de nosotros lleva
                                                                           su cabeza cortada en un plato y espera su segundo
                                                                           nacimiento.
                                                                                                                                                               Adonis


Pregunta a Herodías y Salomé



En el afán de conservar reliquias
el cuerpo destrozado de Juan el Bautista
se dispersó desde el Oriente medio.

En Armenia se venera un dedo
de su cuenco bautismal.
Se dice que en Milán reposa un fémur
y en la antigua catedral de Damasco
–ahora una mezquita–
está enterrada la cabeza
más evocada de la historia.

¿Dónde el pubis que sostuvo
su sexo codiciado hasta el delirio?








Relevo en el sueño


                                                                                                                         A la memoria de Carlos Olmos


En la boca del sueño caen las últimas imágenes.

Hay guirnaldas ceñidas al tronco de un árbol,
una tiene tu nombre,
la tomo y asciendo el caracol de la escalera.


Me detengo en la terraza,
entran tú y tu sueño,
            me relevas,
tomas la guirnalda,
        continúas el ascenso
y yo dejo de soñar.





El gesto


Hay un gesto que perdura
        en cada cuerpo
se lleva con ligereza
o se arrastra como un ala rota

Es el ademán que ronda la soledad
el primer paso ante el desastre

Distingue a cada uno
y sabe hacerse cicatriz o mirada

El gesto no se carga y descarga como un revólver
ni se desmorona como ciudad de naipes.





Julio


En julio un sicario cruzó nuestra aldea.
No miraba a los lados
creía que el horizonte era suyo
pero las montañas cambiaban de lugar
y se burlaban de su marcha.

Atrás dejó el mercado
las casas que no están emparentadas conmigo
y la gran cisterna de piedra.

De su mochila tomó el fruto envenenado
y lo llevó a su boca con amargas mordidas.

Su muerte no pasó desapercibida
para los perros del pueblo
aullaron
como cuando muere uno de ellos. 





Palomas en una plaza de Rosario


Las palomas comen migas en la plaza,
repentinamente alzan el vuelo,
perciben el huracán que se avecina.

Nos dejan solos
martillando las ventanas,
atando culpas a las pesadas piedras,
guardando nuestros amores muertos
bajo las inscripciones.

Trencemos raíces en las sementeras,
que vuele sólo lo que deba volar
y que hondo cale aquello
por lo que llegamos a esta plaza.

 

 

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