Enrique Juncosa
(Palma de Mallorca, 1961)
El Capricho
para Víctor Esposito
Los días son azules
y secos
y un viento musculoso
los envuelve y desenvuelve
con veloces lienzos blancos.
La casa está oculta
entre los álamos
que organizan, además,
violeta campos de alfalfa
a lo largo de una línea de sauces
que dibuja un río
de aguas transparentes,
argentinas
y heladas.
Camino bajo los sauces
levantando
bandurrias
que tocan
el claxon
como si fuera una flauta.
Los sauces se acaban
y el río se enrosca
en arenales
y explanadas
de guijarros.
Los perros corren
saltarinas liebres
sorteando arbustos
y varios buitres negros
mondan los huesos
de lo que fue una cabra.
Tras los alambres
que delimitan El Capricho
se abre la estepa árida
de los escarabajos
que forma cerros redondeados
salpicados de espinos
y de matas.
Continúan las liebres
como proyectiles caprichosos
alertados por parejas gendarmes:
los teros,
que son pájaros chivatos
y ruidosos.
Una vez en lo alto del cerro
contemplo
de nuevo
las alamedas
y los sauces que conforman un oasis
en la vastedad de la estepa
bajo los picos nevados
de los Andes.
Una manadas de guanacos
que se espanta.
Saltan
como antílopes
levantando
finas
polvaredas.
Me arde la piel
con el sol austral.
Las nubes se mueven
de forma que parece que se mueve
la tierra
y mi respiración es una provincia del viento
sumida en la insurgencia.
No hay nadie.
Sólo el ganado disperso
y el olor de la tierra seca.
Aquí todo es belleza, todo es orden
Todo lujo y quietud, nuestra delicia.
Acabo de leer el volumen último
de los diarios de Sándor Márai
en el que describe la muerte de su mujer,
su compañera durante sesenta años,
antes de quitarse la vida.
Es un libro duro y lapidario
como este paisaje
pero en el que surge también:
su voz olía a flores.
Me rodean,
justamente,
matas de flores diminutas:
uñas de gato y zapatitos de reina,
ambas amarillas,
también tomillo rosa
y blanco,
zampas fucsia,
duraznillos y mata fuegos
rojos,
verbum ocres
y naranja,
y otras flores cuyo nombre
todavía desconozco.
El espinoso jardín
natural
de la estepa
como plano cifrado
de la memoria ardiente.
A los lejos
oigo relinchar
a los caballos.
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