Entrevistas
Entrevista con Jorge Fondebrider. A propósito de Una antología de la poesía argentina (1970-2008) |
Por Samuel Bossini |
Las antologías, según creo, pueden responder a dos criterios: uno selectivo, donde sólo entra lo que el antologador considera esencial, y otro inclusivo, donde cabe todo y entonces se hace muy visible lo que queda afuera. En muchos países –pienso en Gran Bretaña, Irlanda, Francia, Italia y Alemania, por ejemplo– se suele adoptar el primer criterio y así se resume un siglo en unas treinta o cuarenta voces trasegadas por el consenso. Cuando a través de la poeta Verónica Zondek la editorial chilena LOM me propuso confeccionar esta antología, lo que hice fue adscribir a esta última idea, pero ajustándola a un lapso más acotado. En síntesis, presentar una posible versión de lo ocurrido en la poesía argentina entre 1960 y mediados de la década de 2000, a partir de la obra de algunos de los poetas que considero más representativos, mediante una cierta cantidad de poemas. Por eso no están todos los que podrían estar, sino, en su gran mayoría, los que me parecen ineludibles. |
En el centro de todo palpita el corazón de la poesía. |
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![]() Como lector, que es como imagino que entra todo mundo antes de escribir una sola línea. En mi caso, proveniente de un hogar en el que había libros pero no se leía demasiado, la lectura era mi último recurso contra el tedio. En ese sentido, no podría afirmar que conocí a los clásicos desde muy joven —porque es no sólo posible, sino hasta probable que no los conozca ni ahora—, ni que mi padre o mi abuelo me leyeran a Píndaro, a Suetonio ni a Herodoto. Simplemente la lectura no era uno de mis principales pasatiempos. Leía, a mis ocho o diez años, para vencer el hastío de aquellas tardes de sábado en la Ciudad de México, cuando, en plena crisis lopezportillista, familias como la mía no tenían demasiadas opciones ya no de diversión, sino de entretenimiento llano. Llegaba a los libros cuando ya había recorrido toda la gama de actividades a las que un niño de clase media bastante amolada podía recurrir para tratar de no aburrirse. Leía historias infantiles publicadas por las editoriales Progreso, de Moscú o Everest, de Argentina o España, no me acuerdo; enciclopedias para niños; libros como El principito, los cuentos de Tolstoi o el Corazón de De Amicis, cosas por el estilo, volúmenes que mi papá iba comprando en abonos en la oficina pública en la que trabajaba. Lo hacía sin ninguna conciencia del acto de leer. Más bien para matar el tiempo en lo que encontraba algo mejor que hacer. |
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