Entrevistas
No. 105 / Diciembre 2017 - Enero 2018
Entrevista
Jimena Hernández Alcalá
14 de octubre de 2017, dentro del marco del Festival Internacional de Poesía de la Ciudad de México.*
Principios de octubre, un sol brillante y cálido que sería poco probable para Berlín en esta época cae sobre el Zócalo de la Ciudad de México, más bien lo ahoga, quema. Algunos buscan refugio en la sombra que lanza el asta de la bandera, y yo, como muchos otros, me resguardo en una de las carpas blancas que han tomado el Zócalo para celebrar del 12 al 14 de octubre el VI Festival Internacional de Poesía de la Ciudad de México. Aquí espero a Michael Speier, traductor y poeta berlinés quien hoy a las tres de la tarde participará en el acto de clausura de este festival. Nuestra cita es a las 14:30, espero que 30 minutos sean suficientes para hablar de su labor como poeta, o traductor, o ambos. Lo veo llegar fresco y con lentes oscuros. Buscamos un lugar al fondo de la carpa y esperamos que la lectura que ahora se lleva a cabo no nos distraiga demasiado ni nosotros a ellos.
En primer lugar, gracias por su tiempo. No sabía si lo tenía que entrevistar como poeta o como traductor para el Periódico de Poesía, por eso le quiero hacer preguntas sobre ambos campos, la primera sería: ¿se ha traducido a usted mismo?
No.
¿Se atrevería a hacerlo?
Creo que eso es muy difícil, porque un hablante de otra lengua tiene un oído más exacto para la traducción. No creo que uno se pueda traducir a sí mismo y casi tampoco creo que se puedan escribir poemas en otro idioma que no sea el propio. Creo que también lo mencioné ayer en la conferencia: Celan, Paul Celan dijo alguna vez que el lenguaje, el lenguaje poético es siempre algo único y no algo que ocurre dos veces. Sin embargo hay pocos autores, muy pocos, que son tan perfectos en dos idiomas que ellos mismos se hacen cargo de sus propias traducciones o que escriben en otra lengua.
Es un reto para usted…
Sí, creo. Tal vez hay personas, autores, poetas que pueden hacerlo, pero yo no puedo.
¿Le ayuda ser poeta para traducir poesía?
Sí, me parece que sí. Creo que esa es una categoría importante, ya que el resultado de una traducción debe ser también un poema. Y de hecho eso casi solo lo logran poetas o en todo caso traductores que también tienen un talento poético, que tienen una sensibilidad para la poesía. La traducción literal de un poema no sirve de nada, es una información que se puede tener, como el dibujo arquitectónico de un edificio; cuando se ve el dibujo, tal vez uno se lo puede imaginar, pero todavía no es un poema. Y hay traducciones particulares de poetas, que según yo son muy buenas, porque no son literales, sino traducciones libres. Hay una palabra especial para eso en alemán, a diferencia de una traducción eso es una adaptación poética [Nachdichtung].
Adaptación poética —repito el término para no olvidarlo. Creo que ayer también habló un poco al respecto.
Sí, creo que lo mencioné, pero de hecho creo que una adaptación poética es una categoría diferente a la simple traducción de poemas, que por supuesto también existe. Sí, a través de la traducción literal de poemas se pueden conocer muchos idiomas que uno mismo no habla, pero para un lector eso aun no es un poema y tampoco puede entender por qué debería serlo en la lengua original.
Ayer dio una conferencia en la UNAM, habló sobre Paul Celan quien se tradujo a sí mismo y, como usted, viajó mucho y vivió en varias ciudades. Usted introdujo el concepto habitar poéticamente [Dichterisch wohnen]. ¿Nos podría decir brevemente qué significa habitar poéticamente en los poemas parisinos de Celan?
Sí, por supuesto, aunque es difícil decirlo en dos oraciones, ayer me tomó casi una hora, pero tal vez se podría resumir así: para un poeta como Celan habitar no solo significa tener una vivienda o una casa, sino que está relacionado existencialmente con sus escritos. Y en especial justo París, porque él siempre quiso ir a París y porque París es desde luego una ciudad literaria con una gran tradición, y todos sus poemas sobre París, sobre su casa allí, por supuesto que tienen que ver con la literatura, con él mismo y esto quiere decir, en última instancia, que habitar y escribir forman una simbiosis para él.
Después le preguntaron si usted, como poeta, conoce por experiencia propia ese habitar poéticamente. Usted dijo que no, también dijo que no busca una casa o un lugar donde vivir. Y mi pregunta es, ¿entonces qué busca cuando visita o habita una ciudad?
Sí, así es, tal vez es algo más bien volátil, o sea algo pasajero. Cuando estoy en un lugar, me dejo ser parte de ese lugar. Quiero conocerlo, su historia, la gente de allí, entonces estoy verdaderamente allí. Y al respecto he escrito bastantes poemas, tengo poemas sobre ciudades en las que he estado, sobre lugares en los que he estado e incluso creo que tengo un poema sobre el lugar en el que vivo, mi departamento en Berlín. En realidad he escrito varios poemas sobre Berlín. Creo que es casi normal que un poeta escriba tanto sobre sus viajes como sobre el lugar donde habita y a veces viajar es habitar.
Entonces se puede habitar y viajar al mismo tiempo.
Sí, así es, y ambos pueden transformarse literariamente.
¿Y piensa que de esta visita aquí a la Ciudad de México escribirá un poema?
Ya empecé un poco, sí, pero nunca se sabe. Los poemas son regalos, a veces se recibe uno, a veces no se recibe nada, uno no los puede pedir y uno tampoco empieza a escribir inmediatamente, primero hay que asimilar las cosas. A veces sale en un par de días, a veces toma años, eso también puede ser, pero lo más importante son las notas que se hacen y las impresiones que se tienen, diferentes a las de alguien que escribe una novela o un texto en prosa sobre un lugar, pues la realidad se percibe de una manera totalmente diferente, y se toman notas y cuando se tiene un momento de inspiración, entonces de ello resulta un poema.
Eso es muy bonito. Ayer también dijo que cuando se viaja uno está más despierto.
Sí, eso creo, en todo caso para mí es así. En los viajes uno tiene muchas nuevas impresiones poéticas, y lo nuevo siempre es más interesante. Y sí, en los viajes uno está obligado a estar más despierto que en casa, donde todo marcha por sí solo, y de ambas cosas juntas a veces resultan algo bueno, me refiero a material para nuevos textos poéticos. Tal vez no puedo decir, “estoy viajando ahora y por tanto estoy seguro de que me voy a llevar a casa unos bonitos poemas de México”. Eso no se sabe con antelación, pero cuando se da —y eso sucede con mucha frecuencia— entonces es el caso.
¿Y cree que en donde vive uno puede escribir poemas con “ojos de viajero”? Se toma un segundo, tal vez para entender la pregunta, tal vez para reflexionar, cuando parece encontrar una respuesta, se ríe.
Naturalmente eso es un poco artificial. Creo que esa es, una vez más, una mirada diferente. La mirada poética es siempre una mirada que distancia de las cosas, que quiere ver algo nuevo, y de hecho, es una mirada ajena que se tiene y es un poco artificial cuando uno observa su propio entorno en forma distanciada, pero por supuesto que se puede reflexionar sobre ello: por qué estoy aquí en este lugar, por qué estoy en esta situación, justo como lo hizo Paul Celan en sus poemas al reflexionar sobre su habitar, el lugar donde vivía, también sobre su situación de vida, incluso sobre la situación de su obra, su trabajo.
Eso es complejo.
Así es, “complejo” es una buena palabra.
Sí, y lo que acaba de explicar requiere mucho trabajo.
Sí, sí, exactamente así es.
Ayer también dijo que usted se siente un poco como un actor, porque desempeña varios papeles: investigador, poeta, también organizador de festivales… ¿Qué papel tiene ganas de representar próximamente? La pregunta provoca de nuevo su risa.
Creo que eso de los papeles es tal vez un poco exagerado, porque en realidad no tengo para nada talento histriónico, pero naturalmente es una alternancia de actividades, y por tanto, cuando escribo es algo diferente a cuando edito una revista literaria. Pero una vez más es otro espacio, un espacio distinto en el que puedo respirar de otra manera y vivir de otra manera. Y la próxima vez…, no lo sé, tal vez haga una edición de mi revista sobre México… Eso puede ser.
Vi que tiene un poema sobre Teotihuacán.
Sí, es cierto, lo escribí en una visita a México hace muchos años. ¿Vio? De los viajes salen algunas cosas. Ahora, cuando parta de México, lamentablemente ya mañana…
No puedo evitar soltar una expresión de desilusión que lo obliga a interrumpir su discurso.
Sí, de hecho solo vine al Festival. También me parece triste, pero a veces es así. Después vuelo de regreso a Estados Unidos, en donde por ahora estoy como escritor residente en una universidad en Nueva York y allí por supuesto que también trabajo como poeta e imparto clases y las tengo que preparar y tengo que preparar mis seminarios. De nueva cuenta ese es otro papel, allí no puedo presentarme como poeta ante mis alumnos, ellos quieren aprender algo científico.
Como usted dijo, es otro espacio.
Es otro espacio, pero los espacios también se relacionan entre sí. Yo creo que tal vez eso se nota en mis conferencias, que no soy solo un investigador sino también un autor y por eso tengo otra relación con los textos, con la literatura, es decir, uno tiene que separar los espacios, pero de la misma manera éstos se relacionan a través de la persona.
Entonces, me pregunto a mí misma, ¿cómo se relaciona Michael Speier con este espacio en el que ahora estamos?: Al final, todos somos lectores, también los traductores, poetas, todos, y creo que los festivales están dedicados a los lectores. —Mientras digo esta frase él asiente con la cabeza. ¿Ha tenido la oportunidad de visitar este festival como lector?
Bueno, eso tiene que ver un poco con que no hablo español, pero puedo descifrarlo y a veces entiendo más o menos lo que está en los libros. También he recibido algunos libros de otros colegas, así que de alguna manera voy a intentar leerlos. Pero también creo que es muy bonito lo que vi ayer aquí en la lectura, el público escucha con mucha atención, también a los poetas que vienen de países muy lejanos, no solo a los poetas mexicanos o latinoamericanos, y esa me parece una experiencia muy grata.
Experiencia que está a punto de repetir. Ha pasado más de media hora, sin darnos cuenta en el podio han cambiado los autores y aun queda un lugar vacío. Por el micrófono alguien llama a Michael Speier, rápidamente se pone encima su rol de poeta, me agradece y se despide. La agradecida soy yo, somos nosotros, quienes nos quedamos a escuchar algunos de sus poemas.
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Fue por teléfono que me adelantaste un perfil de tu procedencia familiar y de tus derivas por el teatro, por la música…Vengo de una familia muy especial, sobre todo por el lado materno, que constituía una especie de matriarcado porque entre abuela, tías abuelas, tías y madre sumaban seis personajes singulares: uruguayas, liberales, divertidas y progresistas, pese a venir de una familia muy antigua del Uruguay, con siete generaciones en el país —yo soy octava generación y tengo la doble nacionalidad. Además, las mujeres de la familia eran amantes —al igual que mi padre— de la literatura, la música y la pintura. Gracias a ellos entré desde muy chica en el mundo del arte: además de los discos que se oían y las charlas sobre pintura, teatro, cine y ópera que se tenían en mi casa, mi padre me llevaba todos los fines de semana a museos, galerías de arte y conciertos y junto con mi madre al teatro y al cine. Además, por mi hermana —que era seis años mayor que yo— empecé a ir al teatro independiente y pude conocer el Instituto Di Tella en su momento de esplendor, pese a tener catorce o quince años.
Ese contacto con la cultura hizo que, además de la carrera que luego elegí y a la que le consagré mi vida, estudiara pintura entre los ocho y los diez años y, ya de adolescente, además de hacer teatro en la Universidad y en el grupo The Shakespeare Players que creó el profesor Patrick Dudgeon con alumnos de los cursos superiores de la Cultural Inglesa —Higher Cambridge y Cambridge Proficiency—, estudiara teatro con Raúl Serrano durante dos años. Pero al cabo de ese tiempo opté por la literatura, si bien siempre me quedó picando el amor al teatro y la frustración como actriz.
Sin duda por eso, gracias a la actriz y performer Fabiana Rey, ya grande me subí tres veces al escenario: en 2009 ella y yo hicimos en el BarBaro una performance de una sola función titulada “Minimalas, surrea… ¿qué?”; en 2011 hice una performance sola sobre Amelia Biagioni en la galería Arcimboldo durante el Festival de Performance de Buenos Aires; y en 2014, junto con Fabiana Rey, Gimena Lima Jofre y Nicolás Magnin el espectáculo / performance “Las muertes”, sobre textos de Olga Orozco, en el Centro Cultural de la Cooperación durante cuatro sábados del mes de julio y una función más en la Casa del Bicentenario en el mes de septiembre.
Además de estas incursiones en el teatro, comencé como traductora haciendo subtítulos de películas y doblajes de series y dibujos animados, actué como intérprete en diversos acontecimientos —desde carreras de automóvil hasta conferencias internacionales especializadas, venida de misiones internacionales y congresos de literatura—, hice periodismo cultural en diversos medios —radio, televisión y diarios— y durante largos años tuve, al margen de la Universidad, talleres de lectura en bibliotecas municipales, así como, hasta el día de hoy, cursos en instituciones privadas o con grupos ad hoc, a fin de mantener un contacto no académico con la literatura y conectarme con lectores comunes. Entre los talleres que dicté, guardo un recuerdo especial de aquellos dedicados a adolescentes y personas de la tercera edad.
En otro campo, durante años y a raíz de mi pasión por la música, completé la formación musical que me dio fundamentalmente mi padre —quien había tocado el violín de joven, incluso con cierto profesionalismo durante los años de Facultad para ayudarse económicamente— y que desarrollé desde la infancia yendo con mucha frecuencia al Teatro Colón y, cuando éste estuvo cerrado, abonándome a Buenos Aires Lírica y a Nuova Harmonía; sí, esa formación la completé con cursos dictados privadamente por los críticos Julio Palacio y Juan Carlos Montero —ambos amigos personales.
Como último aspecto “no académico” de mi vida señalo que he dado montones de conferencias en ámbitos no universitarios —bibliotecas municipales o populares, hospitales, instituciones privadas, escuelas del estado, clubes, etc.—, he sido la voz de los cuentos infantiles traducidos por mí para la Editorial Guadal en la colección de libros parlantes; he sido la voz de diversos videos experimentales, he leído poemas en tantísimos lugares, talleres e instituciones y he colaborado activamente en la puesta en escena con directores que llevaron traducciones mías al teatro (sea de Shakespeare o de otros autores): Agustín Alezzo y Oscar Barney Finn.
Otros autores… citemos: Antón Chéjov, Eugene O’Neill, Caryl Churchill, Copi, Martin Sherman, Harold Pinter.
Sí, y también Eugène Ionesco, Oscar Wilde, etc. Es que el gran placer de traducir teatro es como una compensación para la actriz frustrada que soy, que simplemente actúa frente a la computadora “pasando por la boca” los parlamentos que traduzco. Porque —créase o no— una cosa es un texto leído y, otra bien distinta, un texto dicho. Por eso amo traducir teatro y por eso creo que me sale bien. Además uno no se da cuenta hasta que hace la prueba de la oralidad hasta qué punto es diferente un texto para ser leído y otro para ser dicho. Yo lo aprendí a lo largo de muchos años de traducción y de experimentar cómo un texto que se lee muy bien, a la hora de ser dicho en voz alta puede hacer tropezar al lector-actor o resultar chato y ajeno a lo que se aspira a comunicar.
Parte de tu quehacer periodístico han sido las entrevistas que has realizado, entre otros, a los escritores Félix Luna, Doris Lessing, Santiago Sylvester, Janusz Glowacki, Dominique Fernández, Ernesto Schoo, Rosa Montero, Nikos Phokas y Olga Orozco.
Efectivamente. Y no solo entrevistas que luego publiqué como textos, sino otras, generalmente en la Feria del Libro, con los autores presentes y algunas de las cuales recuerdo con especial placer. La de Isidoro Blaisten, por ejemplo, en la que nos divertimos como locos los dos recorriendo su obra y sus experiencias literarias.
Si me gusta entrevistar a escritores es porque me apasionan las diferentes formas de entender el oficio y la vocación literaria y porque me gusta escuchar. Pese a que soy habladora y, tal vez, porque soy profesora y me veo, en consecuencia, obligada a hablar mucho, me fascina escuchar a los demás y después compartir con otras personas eso que me han dicho, que es siempre enriquecedor, lleno de matices, rico para el otro.
Unos cuantos —y yo me sumo— te habrán felicitado o se habrán alegrado cuando, tras décadas de “suspenso”, te diste el reiterado gusto de subir y actuar en uno, en dos, en tres escenarios. (Y unos cuantos —quiero creer— próximos a vos, familiares, amigos, te habrán hecho notar que “tenés un aire” a Vanesa Redgrave.)
Y sí, mis amigos estaban encantados y algunos asombrados. Y fue realmente un placer hacerlo. Pero un placer que se tornó peligroso. En efecto, con los dos primeros espectáculos me divertí, pero con el tercero —que disfruté también mucho en los ensayos— caí en una depresión de aquéllas que me impidió proseguir con las representaciones, para tristeza mía y de mis compañeros. Lo que ocurrió, creo, es que los textos de Olga Orozco que estaban centrados en las muertes de personajes de la literatura, la historia o la leyenda, sin duda despertaron en mí muchos recuerdos de pérdidas y sufrimiento. Y el resultado fue que no pude seguir más haciéndolo. Lo que pasó fue que no me alcanzaban los recursos actorales —dos años de estudio no son suficientes, sobre todo cuando dejás pasar tanto tiempo sin subirte a un escenario— para salir de los personajes. Porque para entrar en ellos no tenía ningún problema: no supe salir y por eso tuve que suspenderlo.
En cuanto a la Redgrave, sí, es cierto: y no solo me lo han dicho aquí sino en medio mundo —de Nueva York, a París y demás— porque tenemos bastante en común. Que ella sea bastante mayor que yo no significa una mancha en el ego, ya que es tan talentosa, tan gran actriz, que alguna forma de cercanía con ella es un orgullo.
De alguien que se formó actoralmente (yo) con Carlos Gandolfo, a quien lo hizo con otro notable didacta: Raúl Serrano: ¿lo evocarías?... ¿Cómo te resultaron aquellos dos años?
Ah, fueron estupendos y Raúl, excepcional. Hacía poco que había vuelto de Polonia donde había estudiado con Jerzy Grotowski y nos hacía adentrarnos en el Método —sabemos que Grotowski viene del mismo tronco de Konstantín Stanislavski— con una auténtica mano maestra. Lograba que diéramos muchísimo de nosotros mismos y que entráramos en papeles que eran lo contrario de nuestra personalidad. Lo recuerdo por experiencia ya que entre otras cosas, conseguía que yo, con mi aspecto de chica de colegio inglés, como decía él, pudiera convencer a los demás de que era una prostituta porteña. Y lo mismo con todos los demás. En otro sentido, nos hacía tomar con una seriedad absoluta la preparación que nos daba y que tantos discípulos suyos llevaron a niveles de excelencia. Esa misma seriedad con la que enfrentaba su tarea, fue lo que, en mi caso, hizo que optara entre la literatura y el teatro. Porque para Raúl no cabía ser dos cosas a la vez: o eras actriz a fondo o renunciabas al oficio.
Has “navegado” (licencia poética) como traductora de libros de filosofía, historia, sociología, psicoanálisis, biografías, libros de viajes e infantiles, narrativa (Antoine de Saint-Exupéry, Marcel Schowb, Gaston Leroux, Honoré de Balzac, Marie Darrieussecq, Stuart Woods, David Morrell, Jean Sasson, Robert J. Waller, Arthur Conan Doyle, Anne Brontë, D. H. Lawrence, Edith Wharton…), dramaturgia, ecología, economía, etc. ¿Cómo es “vérselas” en semejante diversidad de “aguas”?
Mirá, es una fiesta. Porque para una persona a la que le gusta la variedad, el cambio, la sorpresa, no hay nada más fascinante que pasar de un autor a otro bien diferente. Eso sí: hay cosas que he hecho al principio por pura necesidad: libros de autoayuda, manuales de drogadicción, libros de economía…: un espanto, pero eran para comer. Una vez que esa urgencia pasó, me di el gusto de traducir lo que me gusta y quiero: la gran literatura y el gran teatro, poesía y también filosofía, psicoanálisis y teoría teatral o literaria. Porque esas variantes no solo te obligan a aprender un montón de cosas, sino que presentan desafíos diferentes. Y para mí los desafíos en el campo de la traducción son un aliciente, algo que, lejos de asustarme, me estimula. Parece muy loco, pero recuerdo con enorme gusto las tardes que me he pasado batallando con los juegos de palabras endemoniados de Ionesco, con el castellano que tuve que inventar para una pieza de John Millington Synge, mezcla de provincianismos pero sin limitarse a ninguna provincia argentina en concreto, con el fascinante desbarajuste de niveles de lengua y de intertextos literarios del poeta norteamericano Galway Kinell, que me sacó canas verdes, o las velocidades variables y enrevesadas de la prosa de Mrs. Dalloway de Virginia Woolf. Porque te medís con el lenguaje, lo peleás, lo seducís, lo descubrís. Otra forma de cuerpo a cuerpo con el lenguaje del que tenemos los poetas con nuestras palabras, pero bastante emparentado con él. Además, semejante lucha satisface el costado obsesivo y perfeccionista que tengo, al obligarme a acechar las repeticiones, las consonancias involuntarias, los ripios, hasta que la prosa —o el verso— queda lo más musical y fiel al espíritu del original.
Además de revistas has presentado decenas de libros (Guillermo Martínez, Delfina Link, Alfredo Veiravé, Manuela Fingueret, Fernando Sorrentino, Liliana Heker, Rodolfo Rabanal, Edna Pozzi, Volodia Teitelboim, Florinda Goldberg, Rodolfo Alonso, Vlady Kociancich…). ¿De qué presentaciones te han quedado recuerdos más vívidos? ¿Qué debiera evitarse o al menos atenuarse en esos eventos?
No podría señalarte una presentación como la preferida, ya que en todas hubo algo que me gustó especialmente: sea la atmósfera que se dio en la entrega del premio de Alejandro Nicotra en Córdoba, sea la lectura por parte de actores amigos de un capítulo de Las voces del reino de Jorge Torres Zavaleta, sea la articulación entre imagen y poesía en la presentación de El libro de las Siniguales y del único Sinigual de María Rosa Lojo, qué se yo: tantos momentos inolvidables. Porque siempre he presentado libros que me parecían bellísimos y de bellísima gente —jamás en la vida le he presentado un libro a alguien que no conociera mucho y cuya obra admirara o me interesara también mucho; jamás he hecho una presentación por compromiso—, de manera que solo puedo guardar recuerdos entrañables de las presentaciones.
En cuanto a qué se debería evitar en las presentaciones, ante todo, aburrir a la gente o adoptar un lugar más protagónico que el del autor / autora o el del libro; también, intentar lucirse o revelar algún aspecto que no debe ser revelado…; en resumen: no ocupar u ocupar mal ese lugar preciado que es el de quien hace participar a los demás del entusiasmo y la valoración que despierta en él el libro que está presentando.
Es amplia también tu experiencia como asesora editorial (Atlántida, Paidós, Perfil, Ediciones B, Alfaguara, Grijalbo).
En efecto, durante muchos años asesoré a diversas editoriales, sobre todo en libros en inglés o francés para traducir. También lo hice respecto de autores argentinos, pero poco y esporádicamente: no me hacía feliz ocupar el lugar de juez respecto de lo publicable o no de escritores a quienes conocía, sobre todo cuando el libro en cuestión no me gustaba.
De entre los diálogos públicos que has mantenido con escritores, “soy elegido por” dos que se desarrollaron en el Museo de Arte Latinoamericano de Buenos Aires: con Paul Auster en 2002 y con Siri Hustvedt en 2006. ¿Por dónde y cómo anduvieron esos diálogos?
Bueno, fueron dos de las experiencias más lindas que tuve con extranjeros. La de Auster fue auténticamente una fiesta porque yo lo había descubierto hacía varios años y tanto me había entusiasmado que, tras leerme toda su obra, había dictado un par de cursos sobre él. De manera que cuando el Malba me invitó a dar un curso justo antes de que él llegara y después tener el diálogo con él en inglés, fue “el sueño del pibe”. Y lo fue, nomás, porque no solo resultó una persona adorable con la que estuve casi todo el día del diálogo, sino que esa noche, en una cena memorable con Soledad Costantini, Paul y Siri —que había venido con él—, otras dos personas y yo, hablamos de todo lo posible y quedamos realmente amigos. De manera que cuando unos años después, vino Siri —cuya obra también había leído entera—, conversar con ella fue sumamente sencillo y agradable. Por supuesto que a Paul le pregunté sobre los juegos que se advierten en su obra entre sus datos autobiográficos que atribuye a diferentes personajes en el mismo libro, así como sobre la inclusión de personas de su familia. Y también sobre sus experiencias en Francia y sobre sus escritores más amados. En el caso de Siri, el diálogo se orientó más a sus experimentaciones con la novela así como a su especial conocimiento y amor por la pintura. Acababa de publicar su ensayo Mysteries of the rectangle —editado en castellano en 2007— y es realmente llamativa su actitud frente a los cuadros. Sin duda, Siri y Paul, son dos de los escritores admirados con quienes más feliz me sentí y con quienes tuve una conversación más profunda sobre la condición de escritor y lo que implica escribir.
En tanto has dictado en 2013 un curso, “Paul Auster y J. M. Coetzze: la escritura como construcción y deconstrucción del yo”, a partir del volumen Aquí y ahora. Cartas 2008-2011 (Anagrama & Mondadori, 2012, diálogo epistolar entre esos dos escritores), te pediría, Cristina, que nos ampliaras lo que se trasluce en el título del curso.
Bueno, además de su amistad, Paul y John —a quien también he visto muchas veces y cuyos ensayos literarios he tenido la alegría de traducir— han jugado con la autoficción en varios libros y eso me llevó a acercarlos y a señalar las diferencias y coincidencias entre ellos. Diferencias y coincidencias que si se ven en su intercambio epistolar, quedan mucho más claras cuando nos detenemos en cómo manejan la propia experiencia y la propia vida en sus respectivos libros. Porque los dos han jugado entre ficción y realidad biográfica incansablemente y en ese curso fui analizando cómo lo hacían y qué efectos producía en los lectores.
Un tipo como yo, que valora esos “hallazgos” que en ocasiones se producen a la hora de titular, no puede menos que recrearse ante Mujeres que escriben sobre mujeres (que escriben).
Y sí: es el título de un volumen del que soy editora, prologuista y autora de uno de los artículos (los otros fueron escritos por las colegas y amigas que formaban parte de mi grupo de investigación en la Facultad) y el título surgió de un brainstorming entre todas. Y de pronto, cuando habíamos llegado a “Mujeres que escriben sobre…”, una de ellas, Mary Mónaco, saltó con “mujeres que escriben”. ¡¡¡Y saltamos por el aire!!! Después, como no solo fue un éxito per se, sino que literalmente nos lo robaron para un par de libros más, pero de otras áreas —psicoanálisis y demás—, lo volvimos a utilizar en el Volumen II, donde también seguíamos con un enfoque feminista de la teoría y la crítica literarias. Y ese primer volumen nos dio muchas satisfacciones, ya que tuvo una segunda edición, pues se agotó en seguida —un año para un libro de teoría y crítica es algo inédito— y fue muy bien recibido.
El vocablo “desfondamiento” en tu ensayo “El desfondamiento de los géneros literarios en ‘La rosa en el viento’ de Sara Gallardo”, también me ha resultado de lo más atractivo e incitante.
Te confieso que al margen de que me gustan las metáforas en los títulos, siempre he visto al género literario como una estructura, una especie de caja que le da su propia forma a los contenidos literarios. Y que se produzcan las hibridaciones actuales no só¿olo me encanta sino que me hace pensar en algo que se desfonda…
Hay títulos serios, sobrios, “neutros”; o solo explicativos o descriptivos; los hay dulzones, zonzos, y hasta refritos; hay títulos provocadores o como latigazos; hay títulos entre signos de interrogación, entre signos de admiración; etc. Muchísimos, para esto o aquello, has tenido que pergeñar, inventar, concebir. ¿Escribiste algún artículo sobre lo que expongo? ¿Reflexionarías sobre estas cuestiones para nosotros?...
Mirá, nunca se me ocurrió, pese a que siempre me han parecido importantes los títulos y los he pensado mucho. Creo que son el primer acercamiento que tenemos como escritores con el lector y por eso deben tener una resonancia especial o transmitir de la manera más exacta posible lo que aspiramos a comunicar. Incluso nuestras dudas, nuestros tanteos. Desde ese punto de vista, se podría ver los títulos que afirman y los que tantean, exploran, proponen, simplemente enuncian. Pero nunca se me ocurrió reflexionar a fondo sobre el tema.
¿Quiénes son “Las nietas infieles de Dickens”?
¿Además de un artículo mío publicado en el suplemento literario del diario La Nación en 1990? Me refiero con ese título prácticamente a todas las escritoras mujeres que buscaron su propio camino sin atender a las marcas del realismo o la novela tal como la planteaban los clásicos, Charles Dickens en este caso. Porque creo que las mujeres han ido construyendo una narrativa personal y con un cierto costado propio respecto de la consagrada por los escritores varones. Pienso desde Virginia Woolf en adelante, por poner un nombre y una fecha.
¿Cómo solés encarar tus comentarios, análisis de libros? ¿Qué es la crítica?
Suelo encararlos desde el placer y la coincidencia. Porque cuando me encuentro con un autor que me atrae me dan ganas de escribir sobre él o ella y así comienzo todo acercamiento crítico. Creo que la crítica, de manera general, es un diálogo enriquecedor con la obra que nos ha seducido. Nunca pude efectuar comentarios críticos sobre libros que no me gustaban —excepto el escaso tiempo que hice crítica en suplementos literarios, donde siempre traté de no tomar lo que no me gustaba—, mientras que me fascina internarme en los libros, autores, movimientos que me atraen. Como decía antes, la crítica es un diálogo enriquecedor, no porque al texto le haga falta riqueza, pero siempre el lector —y el crítico ante todo es un lector— aporta su propia mirada, sus conocimientos, su sensibilidad y puede producir sentidos y captar aspectos del libro o la obra que no han sido leídos por otros. Y esa es la parte de enriquecimiento a la que me refiero: cuanta más gente lee un libro éste más se va favoreciendo a partir de las interpretaciones, las perspectivas de sus lectores.
Por cierto que en el caso de la crítica que se escribe y se publica, uno tiene que contar con elementos intelectuales, conceptuales para abordar la obra, porque cuantos más marcos de referencia tengamos como críticos, más vamos a ver en un determinado texto o autor. Por eso digo que la tarea intelectual del crítico es inagotable: siempre tenemos que estar leyendo tanto literatura como marcos conceptuales desde los cuales abordar la literatura que nos despierta el deseo de escribir.
¿Qué dirías que busca tu poesía? ¿Con qué topa?...
Vamos por partes. Mi poesía busca capturar un cierto instante que me ha impulsado a escribir y en el que se ha producido una especie de encuentro con una sensación o percepción del afuera. A mí no me lleva a escribir un tema o una idea, sino que de pronto siento un ritmo, una fuerza que, sin saber yo lo que quiero decir, literalmente me sienta a escribir y sigo ese impulso, escribiendo algo que no sé con certeza qué es, a dónde se dirige. En ese sentido, te diría que mi forma de escribir es todo lo contrario de intelectual. Es totalmente física, corporal. Por eso digo que la mano es la que escribe, no la cabeza. Pero una vez que ese momento de la escritura termina y me pongo a leer lo que escribí, se inicia el segundo tiempo de la escritura que es la corrección y que es tan fundamental como el primero. Y ahí trabajo y trabajo lo escrito hasta que siento que, en cierta forma, lo escrito responde a eso que me movió, en el instante de la escritura, a zambullirme en las palabras y escribir.
Desde esta perspectiva, te diría que mi poesía no aspira a reflexionar o a decir algo intelectual sobre la realidad, sino que está mucho más guiada por lo sensorial, por la percepción que aspiro a capturar en las palabras. Y cuando corrijo es para que esa sensación, esa percepción aparezca en las palabras de la manera más ajustada y con más peso sensorial, no con más claridad, pues ésta tiene que ver con las ideas, no con ese contacto con la sensación y la experiencia perceptiva que para mí es la poesía. Por supuesto que eso entraña una idea o una visión, pero no es lo fundamental, lo fundamental es la sensación. Por eso, también, me importa tanto la parte sonora del poema: no puedo corregir sin leer en voz alta para sentir ese ritmo, esa música propia de las palabras en tensión poética.
¿Libros concluidos, “cerrados” e inéditos…? ¿Son esperables para este año o el próximo?
Sí. En poesía tengo un libro listo, que espero se publique antes de fin de año —no digo el título porque no me gusta adelantar lo todavía no confirmado—, y en crítica estamos avanzando mucho con Patricia Venti, una especialista venezolana en Pizarnik, que se doctoró en España y vive allí, con una nueva biografía de Alejandra donde tomamos en cuenta todo lo que apareció después de que yo escribiera la primera biografía, en 1991, es decir los diarios, la correspondencia, mucha obra inédita y papeles de diverso tipo depositados en la Universidad de Princeton.
En La insoportable levedad del ser de Milan Kundera, un personaje afirma: “…empecé a dividir los libros en diurnos y nocturnos. De verdad que hay libros que solo se pueden leer por la noche.” Y unas líneas después ejemplifica: “¡Stendhal es un autor nocturno!” ¿Te promueve algún posicionamiento la consideración?
Nunca lo pensé en esos términos pero creo que Kundera tiene razón. El único problema es que muchos de los libros que siento nocturnos —las historias de vampiros, las de fantasmas, lo fantástico— no los puedo leer de noche porque ¡me dan miedo! Parece mentira a esta altura de la vida y de las lecturas, pero confieso que mucha literatura del tipo que cité —y que me gusta mucho— me da miedo, por lo cual he tenido que leerla de día para poder dormir después. De manera general, te diría que la novela realista me parece diurna —en eso disiento con Kundera y su afirmación sobre Stendhal—, mientras que los libros donde la imaginación se explaya más, los siento nocturnos. Y en poesía, mientras que Stéphane Mallarmé y T. S. Eliot son diurnos para mí, Charles Baudelaire, Arthur Rimbaud, Pizarnik son nocturnos. Y algunos surrealistas como Enrique Molina son diurnos y otros, como Álvaro Mutis, nocturnos. En fin, son afinidades muy personales y no creo que dé para más que para responder a partir de la propia sensibilidad y el propio gusto.
¿Cuáles serían los factores determinantes de la invisibilidad de la poesía de Héctor Viel Temperley (1933-1987) hasta su transformación en “poeta de culto”?
Se ve que tu pregunta se origina en la exposición que efectué en 2014 en unas Jornadas de Investigación llevadas a cabo en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad del Salvador y en tres artículos sobre ese poeta admirable publicados uno en libro y dos en revistas universitarias de Argentina y Brasil. Creo que en su caso tuvo que ver con varios factores: 1º, Viel era alérgico al “café literario”, de manera que nunca circulaba por ningún lado, excepto para verse con algunos de sus amigos —Molina, Fogwill, etc.— y huía de toda exposición mediática; 2º, escribía con recursos que prescindían totalmente de lo que “se usaba” en las sucesivas modas literarias: escribía con métrica cuando los demás abominaban de ella; no escribía ni poesía política ni “trascendentalista” cuando se usó; practicaba un surrealismo que no se parecía a nada y en un momento en que no era demasiado valorizado; 3º, escribía poesía religiosa cuando dios era mala palabra, y finalmente llega a la poesía mística, flor más que ninguna ausente en el “ramo” de la poesía argentina. Sin embargo, allí es cuando lo descubren sus seguidores, porque no se trata solo de un místico al estilo de San Juan de la Cruz, sino que por su amor al surrealismo y su vitalismo, canta también a la carne, al sexo, al deporte —una crítica lo llamó “el nadador de Dios”— entendido como exaltación del cuerpo; 4º, rompe los parámetros poéticos que antes había practicado —sea en el nivel del lenguaje o en aspectos formales, para terminar en uno de los libros más revulsivos de nuestra poesía, Hospital británico, probablemente el único libro que merezca el nombre de místico en nuestra poesía, con perdón de Jacobo Fijman; en fin: transgrede todo. Y nuestro prejuicioso panorama literario no concebía que se mezclara a San Juan de la Cruz con André Breton, el sexo casi explícito y la ruptura absoluta de la estructura del verso y el poema. Por fin, era un señor de familia “bien”, v.g. provenía de una familia de la clase alta, pero nada tenía de sus tics. Porque si a Manuel Mujica Láinez se podían dar el lujo de ridiculizarlo, pese a lo gran escritor que era, por ser hombre de clase alta en sus gustos, su ritmo de vida, su estética, a Viel no sabían dónde ponerlo.
Al final, cuando pudieron mirarlo y leerlo, cayeron de espaldas… con toda razón.
La circunstancia de que también en 2014 hayas dictado un curso sobre la narradora canadiense Alice Munro, me inspira para proponerte que nos trasmitas de qué cuentos o relatos, de autores de todos los tiempos, te hubiera complacido ser la autora. Y, de paso: ¿incursionaste en la ficción?
Ah, daría un ojo por haber escrito “El jardín de senderos que se bifurcan” de Borges, “El ahogado más hermoso del mundo” de Gabriel García Márquez; “El collar” de Guy de Maupassant; los textos híbridos de El idioma materno de Fabio Morábito; “Los muertos” de James Joyce; “Caballo en el salitral” de Antonio Di Benedetto; “El otro cielo” de Julio Cortázar, La legión extranjera de Clarice Lispector, “La muerta enamorada” de Théophile Gautier, “La dama del perrito” de Chéjov, “La figura en el tapiz” de Henry James y “Conejo” de Abelardo Castillo, entre tantísimos otros.
En rigor, mi primer premio literario fue por un cuento —el único publicado hasta el día de hoy—, pero después dejé la ficción casi por completo. Hace unos cuantos años, sin embargo, volví y tengo un libro que no he movido hasta ahora, así como una especie de “novela” híbrida, a la que agarró la crisis de las editoriales españolas con contrato a punto de firmarse y quedó en un cajón.
Si como dicen, la novela es música sinfónica y el cuento es música de cámara, ¿qué tipo de música sería la poesía?
Sonatas, nocturnos, estudios o cualquier otra forma breve para instrumento solista, del piano a las cuerdas, las maderas o bronces, con intensidad, longitud y potencia variables.
¿De qué modo siguen siendo tuyos tus primeros dos o tres poemarios?
Como las fotos de infancia y adolescencia: ésa fui yo pero me parezco como una adulta a una chica o una adolescente: a veces me atrae la de antes con sus toques de frescura, su espontaneidad y su osadía que ahora ya no están, pero también sin cierto carácter, cierta seguridad, cierta noción de la versatilidad de la voz y de las rupturas posibles propias de la de hoy. Es que, para bien o para mal, a esta altura del partido soy la adulta que soy.
Luis Porta y Cristina Martínez son los autores de un volumen cuyo título es Pasiones: Cristina Piña (EUDEM, Editorial de la Universidad Nacional de Mar del Plata, 2015).
Y que es uno de los regalos que me deparó la vida. Como lo sabemos todos los profesores, nuestra enseñanza, que es una experiencia tan apasionada, fascinante e insoportable por momentos —gracias a las exigencias no académicas sino burocráticas—, casi infaliblemente no merece premios que vayan más allá del afecto de los estudiantes. Y yo, gracias a las nuevas orientaciones de la pedagogía, que se fija no ya en las horrendas estadísticas y las frías cifras y planificaciones que atormentaron nuestra temprana práctica, sino en los afectos, las pasiones, la “transmisión” y el vínculo con los estudiantes, tuve el honor de que se me consagrara ese libro. Porque el grupo de investigaciones pedagógicas de la Universidad Nacional de Mar del Plata, dirigido por el Dr. Luis Porta, organizó, a lo largo de los años, encuestas anónimas entre los estudiantes para que señalaran quiénes fueron para ellos “profesores memorables”, a los que luego entrevistaron largamente haciéndolos hablar de su visión de la enseñanza y de sus valores como profesores, además de observar sus clases y hablar con los miembros de su cátedra y su grupo de investigación. Yo fui una de las privilegiadas porque salí elegida por los alumnos del Departamento de Letras de la Universidad Nacional de Mar del Plata, en la que enseño desde hace 39 años —desde principios de año estoy jubilándome— y de la que fui Decana Normalizadora cuando llegó la democracia. Un libro por el que siento un cariño y un orgullo mayor que por ninguno de los otros y diversos premios que recibí. Un auténtico e inimaginable lujo.
*
Cristina Piña selecciona poemas de su autoría para acompañar esta entrevista:
Post-scriptum
(a la memoria de mi hermana)
Sin embargo,
no era eso lo que quise decirte
en tantos años
de escribir tu nombre.
Quise nombrar la alegría compartida,
las noches en que las manos juntas
nos ayudaron a cruzar el miedo,
la envidia y el amor,
sobre todo el amor,
tan poco dicho,
tan sabido.
Quise decir la adolescencia,
el viaje que fue el tesoro del pirata
porque estaban las cartas,
los secretos,
tanto de sabernos
en tantos días separadas.
Quise decirte,
y no hay reemplazo ni palabras,
que a veces todo se confunde
y camino insomne por la casa;
a pesar de los años,
los amigos,
queda un rincón en llamas,
un hueco insoportable,
algo que sangra.
(De Pie de guerra, 1988)
II
Se prueba las palabras nuevas
como cuentas de un collar:
corales las vocales,
oro batido o plata sin pulir
las consonantes.
En el fondo de la voz,
metales bajos,
materia radiactiva
para sellar la boca del ajeno
que se atreve a hablar.
IX
Hablar el lenguaje de las islas
es nadar hacia atrás,
pegar el salto a un futuro anterior:
colgarse pendientes de la boca,
collares de la palma de la voz,
incendiarse en un fuego
incesante.
(De Taller de la memoria, 1998)
Bajo la metralla
CAEN BOMBAS SOBRE LA CIUDAD, la metralla enemiga ha convertido las plazas en agujeros de noche, los pájaros del balcón, en siluetas oscuras que atraviesan el aire como signos del desastre.
CAEN BOMBAS SOBRE LA CIUDAD y el rumor de pies en desbandada carcome los costados del silencio, ni siquiera un instante se ha escuchado una débil voz humana en el fragor de la batalla.
CAEN BOMBAS SOBRE LA CIUDAD y desde las alcantarillas —que hasta ayer transportaban el pesado cargamento de los sueños— granadas ocultas, minas traicioneras han hecho saltar en pedazos el mundo familiar.
CAEN BOMBAS SOBRE LA CIUDAD y ella, en medio del derrumbe, ha tomado su maleta, la jaula del gato y un par de plantas para unirse a la caravana que parte en desorden de la tierra devastada.
Pero al llegar a la glorieta donde nació el amor, a los árboles gemelos que
las balas enemigas perdonaron, ha levantado —con la maleta y el gato y las dos plantas— una tienda de campaña donde lo espera, invencible, con una rosa entre los labios y la canción que cantaba y cantará en sus brazos.
(De Pasajera en tránsito, 2006)
y el pájaro voló de la rama,
el gato escapó de abajo
de las mantas,
el pez dorado se escondió
entre las piedras
del acuario
todo lo pequeño
nos ha abandonado
vida mía
y apenas nos tenemos
vos y yo
en la quietud de la
madrugada
(De Magia blanca, 2008)
Hermandad
Hermanos cancerosos,
leprosos, cardíacos y accidentados,
amputados y aplastados por el dolor,
yo me he unido a ustedes
desde el grito sin descanso,
yo comulgué con ustedes
desde la miseria de un cuerpo
que se niega a obedecer,
un cuerpo autónomo en su forma de sufrir
de pedir un remedio
para el daño inaguantable.
Hermanos infartados,
tuberculosos y con delirium tremens,
con el pie baldado por la parálisis cerebral,
con el páncreas hecho trizas por la infección,
yo como de su mesa y mendigo su pan,
yo busco en la bella analgesia
el olvido de la sierra que pulveriza mis huesos,
yo comparto en la desgracia de un cuerpo
herido por la enfermedad,
la condición humana abyecta
que nos hace más hermanos
que el amor.
Hermanos sin alivio ni cordura,
hermanos en la escrófula y el herpes,
picados de viruelas, trozados por la peste,
ahogándose en un enfisema atroz,
yo sé lo que se siente cuando todo el universo
se reduce a un punto que entra en erupción
y la lava del dolor nos arrastra
nos crucifica
nos cunde
plegados en el grito y la experiencia del filo
en las entrañas o en el hueso.
Hermanos en el dolor del cuerpo,
hermanos en la bilis que se vuelca,
las células que, enloquecidas, se devoran a sí mismas,
en el aullido silencioso de la noche de hospital,
en la plegaria entrecortada rumbo al quirófano,
yo he comido la carne del delirio por el dolor
que no cesa,
he bebido el acíbar de la caricia que no calma,
he conocido la magia sin par de la morfina que de pronto sí,
de pronto envuelve los nervios calcinados
con su lienzo y su consuelo.
Hermanos cancerosos, hemipléjicos
o atravesados por una bayoneta,
somos la idéntica carne irredenta,
el mismo grito estentóreo o silencioso
donde claudica nuestra especie.
(De Meditaciones orgánicas, 2011)
Azucena
Más bella todavía
con tu nombre verdadero
—lilium candidum—
que evoca tu condición pura,
blanquísima y perfecta,
me saliste al paso en los
Royal Botanic Gardens
de Kew.
No importaron, de pronto,
tus hermanas
—amabile, distichum, fargesii—
ni los sentidos infinitos
que podían despertar
—peregrinum, paradoxus, amoenus—
porque estabas elegida para mí
desde tu corola curvada
y tu aroma a anunciación
y claustro.
Lilium candidum:
ni mi mano se convirtió en pistilo
ni mi cuello en tallo aéreo,
no se abrieron surcos para
dar espacio a mi raíz,
pero un leve velo blanco
se tendió
entre tus flores y mi rostro:
promesa de una futura mutación.
(De En la orilla del cuerpo, 2015)
Entrevista realizada a través del correo electrónico: en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Cristina Piña y Rolando Revagliatti, septiembre 2017.
http://www.revagliatti.com/030428_pinha.html
http://www.revagliatti.com/030428.html
No. 101 / Julio-Agosto 2017
sus respuestas y poemas
Rolando Revagliatti
Javier Galarza nació el 27 de febrero de 1968 en Buenos Aires, Argentina, ciudad en la que reside. Es Profesor Asociado de la Fundación Centro Psicoanalítico Argentino. Colaboraciones suyas se han difundido en diversos medios electrónicos y en soporte de papel. Ha administrado varios blogs. Además de dictar numerosos cursos en instituciones, ha participado en festivales de poesía y ferias del libro. En 2001 apareció su libro Pequeña guía para sobrevivir en las ciudades; en 2014, en co-autoría con Natalia Litvinova, Cuerpos textualizados (Correspondencia 2008-2013); en 2017 el volumen de ensayos La noche sagrada (Editorial Audisea). Los poemarios que ha publicado son: El silencio continente (2008), Reversión (Antología, Tropofonia Editorial, Belo Horizonte, Brasil, 2010), Refracción (2012), Lo atenuado (2014) y Chanson Babel (Editorial Buenos Aires Poetry, 2017).
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Tengo Sol en Piscis, ascendente en Tauro y varios planetas en Acuario. Marte y Saturno en Aries. Viví toda la vida en zona céntrica, tuve un paso por el barrio de Colegiales y ahora resido en La Boca, el borde industrial de la ciudad. Estudié dos años de música en la Escuela Juan Pedro Esnaola. Hacia 1999, en un taller de Enrique Symms, se formó la revista Vestite y Andate. Leí febrilmente a los existencialistas, sobre todo a Soren Kierkegaard y a Martin Heidegger. Me psicoanalicé durante décadas y encontré en el psicoanálisis una herramienta de conocimiento muy interesante. En un momento necesité unir tres cosas que me apasionaban: la poesía, la filosofía y el psicoanálisis. Entonces llegué a la Fundación Centro Psicoanalítico Argentino donde di cursos sobre Friedrich Hölderlin, Rainer Maria Rilke, Alejandra Pizarnik y varios más. En 2008 edité mi primer libro de poemas, El silencio continente, y lo presenté dentro del Ciclo Aera de Alejandro Drewes. Luego fui parte del primer grupo del Festival Poesía en la Escuela, organizado por Marisa Negri. El festival me permitió conocer a muchos poetas con los que siento una gran afinidad, aun transitando poéticas diferentes: Silvia Castro, María Julia Magistratti, la misma Marisa Negri, Valeria Cervero, Alejandra Correa y Leonardo Martínez, entre otros. En 2012 publiqué Refracción a través de Añosluz Editora. Luego, Añosluz junto a otras editoriales formó La Coop, un colectivo de editoras con una hermosa librería en Almagro que, en mi opinión, es un importante acontecimiento literario, porque nos hace preferir una editorial independiente antes que a un sello grande. En 2010 había viajado a Belo Horizonte, donde me publicaron una antología, y a Noruega, para trabajar en una obra que ideamos con un amigo que vive allá. En 2014, junto a la poeta Natalia Litvinova publicamos en el sello Letra Viva la correspondencia que mantuvimos entre los años 2008 y 2013. Publiqué dos libros, uno de poemas y otro de ensayos, en Audisea, una editorial formada por chicos y chicas que transitaron por mi taller y publicaron a Raúl Zurita y a José Kozer. En la actualidad el existencialismo se manifiesta como el deseo de sacar a la luz mi trabajo, no puedo especular con eso, ¿qué es el carpe diem sino vivir afrontando que el mañana es incierto, que solo existe el momento? Si afronto lo imprevisible de la vida es absurdo que en una conversación le diga a alguien “el año que viene”. Leo a Chuang Tzu y a Lao Tse, el misticismo es propio del hombre, pero como dice Heidegger: “Ya no se siente la falta de Dios como una falta”. No me interesa la ciencia, busco pensamientos más audaces y vivencias más intensas que solo el arte puede transmitir.
No suelo hablar mucho de la infancia, no idealizo esa etapa ni creo que haya sido feliz. Era un chico atemorizado, me daban miedo cosas extrañas, por ejemplo, las palabras que no entendía. Recuerdo mi terror cuando escuché la palabra “bujía”, por dar un ejemplo. Tenía crisis de nervios ante ruidos fuertes como los truenos o los aviones o cuando veía a una persona con discapacidad. Mi madre tomaba apuntes de todo lo que leía y a mí me fascinaban esas notas, esa caligrafía, las lapiceras a pluma Parker, los cuadernos. Entonces comencé a escribir. Mi padre tenía una imprenta y tardé veinte años en entender que su oficio estaba relacionado con el mío. Cuando cumplí dieciocho me regaló Cartas a un joven poeta de Rilke. Él no había leído a Rilke; de alguna manera me estaba diciendo que el joven poeta era yo, y aún no imaginaba la importancia que tendría Rilke en mis trabajos, en mis cursos y ensayos. Tengo dos hermanos varones y una hermana que tiene mellizos. Yo soy el mayor y creo que los hermanos mayores nos reconocemos unos a otros.
Sí, es cierto. Enrique es una leyenda y yo lo tomé como tal. Él puede desarticular cualquier discurso. Yo lo comparo con los sabios taoístas, para mí es un Chuang Tzu de bares. Enrique, hasta donde yo sé, no tiene propiedades, ni dinero ni libros ni posesiones, ni siquiera sé si tiene amigos duraderos. Un maestro debe provocar y sería un error tomarlo al pie de la letra. Yo siempre tomé sus “enseñanzas” como provocaciones. Si vos ibas a un recital él te preguntaba si te gustaba ver un tipo arriba del escenario mientras vos estabas abajo. “¿Y encima pagaste?” te preguntaba, y se reía. No hay argumento válido contra esas rupturas del discurso imperante. Así eran sus monólogos, improvisaciones fulgurantes que no podían ser repetidas ni conceptualizadas ni representadas. Una vez me acerqué a él, tenía la mirada perdida hacia el Parque Lezama. En su mente estaba escribiendo un poema y me lo recitó, como se lo podría haber recitado a cualquiera. Era algo maravilloso. Pero yo, que memorizo poemas enteros de San Juan de la Cruz, no podría repetir una sola palabra. Allí va él, escapando de la cárcel del concepto.
Vera Land, la jefa de redacción de Cerdos y Peces, también es una leyenda y, aun con todo su vuelo, fue el cable a tierra para que esa revista fuera posible. La recuerdo tan dulce como sacada, siempre estaba linda, nos enseñaba los aspectos técnicos del periodismo y sus ojos tenían un brillo que seducía y asustaba. Como las personas que descubren la verdad del mundo, están allí para darte indicios, pero a la vez te dicen “yo no te voy a mostrar nada, construí tu maldito sentido”.
Y también quiero nombrar a alguien muy diferente pero que considero un maestro: César Aira. Me bastó asistir a las cuatro charlas que dio en el Centro Cultural Rojas sobre Alejandra Pizarnik para entender cómo se podía pensar la literatura: relacionando, derivándose, desarmándola como un artefacto y atacando todos los presupuestos. Sus análisis literarios me recuerdan a Maurice Blanchot, otro de mis favoritos, pero con esa dosis de ironía tan propia de Aira, que también tiene algo de maestro oriental.
Con respecto a la Vestite y Andate, yo la veo como una experiencia artística. Cuando se unió mi amigo, el diagramador Gastón Pérsico junto a su pareja, la talentosa Cecilia Szalkowicz, el proyecto tomó una nueva forma. Cuando llegaban las notas, Gastón y Cecilia las repartían entre diversos diagramadores. El resultado era sorprendente. Entonces, el formato periodístico que le imprimía Fernanda Simonetti o el giro más literario que le hubiera dado yo, se transformaba en ese conglomerado de cosas que fue la revista. Juan Pablo Liefeld aportaba una mirada política que a la larga hubiera podido desarrollarse mucho más, Juan Manuel De Cillis acercaba su versión sobre las raves o sobre los hechos hacia donde la vida lo llevaba y Analía Romeo traía siempre notas bien hechas, que tenían un estilo propio. Hicimos doce números. Participamos en dos exposiciones en el Centro Cultural Recoleta y ganamos un premio a mejor revista alternativa en un evento. Con tensiones internas, por supuesto, pero también con la alegría de haber vivido esa época y terminar antes de la debacle económica del 2001 y de la hegemonía de la web. Recuerdo el bar El Mirador: Tom Lupo hacía el Cabaret Poético y en el sótano estaba la redacción de Cerdos y Peces. Con los chicos de “la Vestite” armábamos la grilla o la cuadrícula de cada número en las mesas de ese bar frente al Parque Lezama. Después empezaron las ferias de revistas, y en la Casa de la Poesía Evaristo Carriego conocí a Santiago Vega (ahora ya muy conocido como Washington Cucurto), a Fabián Casas, a Griselda García y a Daniel García Helder. Mucha gente circulaba por allí o por Belleza y Felicidad y el pop hotel Boquitas Pintadas.
Solo conocí Noruega. Con mi amigo Luis Della Mea ideamos una obra que se llamó Cuerpos posibles: reunía danza, música y literatura, la armamos aquí y viajamos subsidiados por Noruega, no sé concretamente por qué entidad, pero mi amigo obtuvo varias becas allí. Yo todavía vivía en el barrio de Colegiales y teníamos largas charlas Trondheim–Colegiales. Empezamos a trabajar con las diferencias aparentes entre Argentina y Noruega. Caos y orden, por ejemplo, para luego, en los ensayos, junto a dos bailarinas de allá armar la obra y presentarla en los dos países. El primer día paseamos por la peatonal. En un momento me aparté del contingente, caminé hacia una iglesia y había un coro cantando. Sentí que el peso de los siglos caía sobre mí. De pronto entendí los milenios de la historia europea. Recuerdo a una mujer policía pintándose los labios en medio de la calle. Yo abría la ventana de mi cuarto de hotel para dejar entrar a la nieve. La inmensa catedral gótica donde había un teclado de Richard Wagner y detrás el museo de los vikingos. Es un pueblo que desconoce la ironía, les resulta natural caminar kilómetros en la nieve para llegar a sus casas. Son gente bella, si vos mirás a una chica, sonríe. En un café yo dejé mi mochila lejos y en un acto reflejo quise ir a buscarla y mi amigo me dijo: “Estás en Noruega, a nadie le importa tu mochila”. En la catedral gótica vimos un concierto de Felix Mendelssohn y yo no podía parar de llorar. A las cinco de la tarde era de noche. Nunca quise usar guantes ni gorro porque necesitaba vivir ese frío del aire cercano al mar y de la nieve cubriendo las bicicletas en la calle. La obra Cuerpos posibles unía danza, teatro, poemas y música, todo autogenerado por el grupo. Mis poemas se proyectaban en una pantalla o eran recitados por una de las chicas noruegas que desconocía el idioma y entonces en vez de decir “ventana empañada” decía “ventana empanada”. Yo tenía una silla desde donde miraba todo y hacia el final agarraba la guitarra y cantaba la canción “Heaven” de Talking Heads (“El cielo es un lugar donde nunca pasa nada”). Hicimos cinco funciones en Buenos Aires y cuatro en Trondheim. Éramos como un “Big Brother” cósmico porque convivíamos dos bailarinas y una vestuarista de Noruega, una bailarina argentina, dos músicos y un escritor (que era yo). Cuando nos despedimos, lloramos; entendí el sentido de la distancia entre dos países, pero también el dolor de esas alegrías que nos son dadas y tienen un plazo, no solo porque se terminan en el tiempo, sino porque después de cada experiencia no volvemos a ser los mismos.
Cuando Natalia llegó a mi taller en Colegiales, era una joven bielorrusa que vivía en Vicente López, muy tímida y sensible; tenía un blog pero no había pensado en publicar. En ese taller también estaba Leli Busquet, que hoy integra Audisea Editora. El primer día, Nati llegó unos minutos antes, como era su costumbre. Le mostré un poema de Adrienne Rich, le dije que me interesaba la literatura rusa y le conté que la poesía de Ósip Mandelshtam estaba siendo revalorizada a través de Paul Celan. Le pedí que nunca se apartara del arte. Me respondió que nunca podría hacerlo. Así comenzó la comunicación, mediante correos o mensajes de texto. Durante las clases yo leía a Yves Bonnefoy y ella lloraba en silencio. No quería llamar la atención pero sus buenos modales, su extranjería y su pelo larguísimo producían el efecto contrario. Durante el 2008 surgieron muchos de los poemas que fueron a parar a su primer libro, Esteparia (hoy reeditado en varios lugares, incluso en España y en Colombia). Cuando presenté El silencio continente leyeron Natalia y Paula Gordillo. En el taller, Paula decía bromeando que eran la criollita y la princesa rusa. La comunicación a través del correo electrónico es la forma que asume hoy en día la correspondencia y eso creció durante años. En esas líneas que nos escribíamos había sueños, mucha literatura y nos contábamos cosas que tal vez nunca habíamos hablado con nadie. Yo me responsabilicé, es decir, intenté acompañarla en su crecimiento, todavía hoy cuando tiene algún problema me preocupo. Años después dimos un curso virtual y el escritor y editor Nicolás Cerruti, de Letra Viva, nos propuso que editáramos un libro juntos para una colección que dirige. Con Natalia coincidimos en que tenía que ser un libro dialogado. Esto nos llevó a compilar nuestras cartas. A nosotros nos gusta mucho el epistolario entre Rilke, Marina Tsvetáyeva y Borís Pasternak, por ejemplo. Editamos nuestras cartas para la publicación, pero eso es lo que nos escribíamos. Y la idea de un epistolario nos pareció buena. Nos seguimos escribiendo durante casi dos años más luego de la edición del libro. Después dejamos de hacerlo, seguramente se cumplió una etapa. Pero para mí la pregunta es si las cartas son parte de la obra de un escritor. Mucho de lo mejor de Franz Kafka o de Rilke está en las cartas. En una conversación coloquial uno pregunta “¿Cómo estás?” o “¿Qué andás haciendo?”. Pero una carta es un grado más alto de la comunicación, una confesión, un testimonio.
La edición de Tropofonia tiene de un lado a la poeta brasileña Tania Alice, y revirtiendo el libro está mi antología. Es decir, la parte del libro que corresponde a Tania está en portugués y mis textos en castellano. Pero tuve la fortuna de que el poeta Leonardo de Magalhaens tradujera mis poemas al portugués, y en una lectura en el Palacio de las Artes de Belo Horizonte, Wilmar Silva los leyó conmigo y dijo que parecían escritos en ese idioma. Para la antología elegí algunos poemas de El silencio continente, con otros del libro que estaba en camino, que era Refracción, junto a algún otro poema que ha quedado allí.
Más o menos deduje que Diario de abstinencia llegó a ser el título de un libro anunciado en algún sitio de la red pero que no llegó a publicarse.
No es un libro aún, quedó como un proyecto pendiente. Nació de una nota que hice para la revista. Creo que la anécdota detrás de ese proyecto, que algún día retomaré, vale la pena. Mi psiquiatra había fallecido y yo seguí tomando altas dosis de ansiolíticos. Al tiempo tuve varias crisis de asma y llegué tres veces a la guardia, casi sin respirar, arrastrado por mis padres. La tercera vez quedé internado, me suspendieron los ansiolíticos de golpe e inyectaron fuertes dosis de corticoides. Salí del hospital pesando varios kilos menos y comenzó la primavera, sufría la abstinencia de ansiolíticos junto al temor que da la imposibilidad de respirar. Mis percepciones quedaron distorsionadas y me advertía vulnerable. A la vez estaba sintiendo que vivía en lo real. Una madrugada caminé hasta una guardia psicoanalítica y la analista que me atendió me dijo: “Salga de ahí, en lo real no se puede estar, por eso Lacan habló también de lo imaginario y lo simbólico”.
¿Y algún apunte sobre otros libros tuyos publicados?
Pequeña guía para sobrevivir en las ciudades es una serie de viñetas o de postales urbanas escritas para un proyecto que luego se cayó. Cuando dejamos de hacer la revista Vestite y Andate, el diagramador Gastón Pérsico y yo tomamos ese material y le dimos forma y luego lo editamos en la imprenta de mi padre. Ese libro fue el paso intermedio entre la particular interpretación del periodismo que hacía Vestite y Andate y la poesía que uno quisiera dejar como obra.
El silencio continente: Breviario de texturas neo góticas y neo románticas trasluce mi gusto por el género gótico, pero también hay poemas que considero modernos. Mucho trabajo sobre el psicoanálisis. Una parte del libro agota el tema de la disolución. Y en el medio del libro irrumpe el poema “Variaciones sobre el olvido y el perdón”, dedicado a la poeta Silvia Camerotto. Ese poema sincroniza de manera onírica pero despojada la pérdida de un cuerpo amado con los cuerpos desaparecidos de este país. La pregunta que subyace en todo el libro es ¿dónde van los cuerpos del amor?
En Refracción intento buscar un lenguaje corporal y salir del Romanticismo. Juego con los refranes y procuro reformularlos, los invierto; la intertextualidad me hace tomar un dicho histórico o psicoanalítico, alguna cita de Freud y ponerlo a jugar en el poema. A la vez, en ese libro me sentí influenciado por la poética de Henri Meschonnic: por lo que interpreté de su idea del ritmo.
Lo atenuado reúne poemas de diferentes épocas. El título se refiere a ese momento en que uno colecta todo lo que ha sembrado en la juventud, y en esa desesperación atenuada viene el tiempo de la cosecha. En una parte del libro que se llama “Tu idioma”, busco caminos para llegar a otra persona, partiendo del presupuesto de que siempre hablamos idiomas diferentes. Yo creo que es un poemario logrado, aclarando que creo más en los caminos que en las obras.
En La noche sagrada compilo algunas de las notas y los ensayos escritos durante varios años. Tomo a Hölderlin, a Rilke, a Paul Celan y a Kafka junto a los personajes de su generación, como Sigmund Freud o Ingeborg Bachmann. Considero que son microensayos; interviene lo narrativo, la escritura fragmentaria, modos laterales de acercarse a autores tan ricos y complejos.
Chanson Babel, al revés que Refracción busca extender el campo del poema, va a las etimologías y juega a perder el hilo para después volver. El yo está puesto en cuestión todo el tiempo, es un libro que se pregunta quién habla o quién escribe pero no intenta responder esas preguntas. Incluye los estados de despersonalización y las crisis de extrañeza como temáticas, la memoria y la ceguera.
Contemos que efectuaste la co-coordinación de tres ciclos en La Casa de la Lectura.
Sí, dos en 2009 y 2010, junto a Lilián Cámera: “Los poetas y los mitos” y “Los poetas y el objeto fetiche”. Y en 2010, junto a Lilián y Leonor Silvestri, hicimos una lectura que Leonor llamó “Desmesura”. Ella tiene un pensamiento en movimiento que no deja de inquietar y yo necesito de esa inteligencia que rompe todos los moldes. En eso, no sé si a ella le gustaría, pero se parece a Enrique Symms. Toda la vida está repensada y todas las suposiciones puestas en cuestión. En esos ciclos participaron como invitados Silvia Camerotto, Alejandro Méndez, Griselda García y Miriam Bercovich. El objetivo era analizar la obra de los poetas ante diferentes temáticas, que se conversara y se debatiera. La propuesta base del ciclo no deja de ser un lugar vacante, porque a mí no me convence que un poeta saque su hojita, lea y se vaya; hay que producir reflexión, comunicación, diálogo, fricciones.
Hay un verso de Hölderlin que dice: “¿Y para qué poetas en tiempo de indigencia? Pues ellos son como los sagrados sacerdotes del dios del vino que peregrinaban de una tierra a otra en la noche sagrada”. De este verso, perteneciente a la elegía “Pan y vino”, vienen tanto el nombre del curso como el de mi libro de ensayos: La noche sagrada. A la vez, en una célebre conferencia, Heidegger se pregunta “qué significa pensar”. Bueno, preguntarse sobre los poetas y la poesía nos permite hallar respuestas momentáneas, verdades como tiendas de campaña que luego deben hacer lugar a otra cosa. Esto debe ser una búsqueda, porque si nos transformamos en un aforismo quedamos congelados, y el pensamiento y el fluir de la escritura se cancelan. Permanezco en esta búsqueda pero solo para aumentar la dimensión de las preguntas.
Sí, en la época de la Vestite y Andate existían muchas revistas alternativas. Con Quesquesé hicimos un intercambio de notas. Verónica Pérez Arango, que integraba la Quesquesé, organiza ciclos de lectura y publica sus textos, la veo activa. En cambio, no sé casi nada de los chicos que integraban La Maldita. Con Cristian De Nápoli compartimos hotel y lecturas en un breve viaje a Belo Horizonte organizado por Wilmar Silva y Tropofonia Editorial. La época de las revistas ha dejado su marca. De todas formas, y pese al humor corrosivo de Vestite y Andate, yo ya estaba leyendo a Hölderlin y a Rilke, me sentía mucho más cerca de los poetas malditos, existencialistas o videntes que de la poesía que circulaba en los años noventa a través del objetivismo y sus derivados.
Sí, aún lo hacemos, tenemos un taller presencial en mi casa y realizamos clínica de obra en formato virtual. Después de algunos años sin trabajar en la Fundación Centro Psicoanalítico Argentino, preparé junto a Natalia un curso sobre Paul Celan y la poesía rusa. Quería hablar del acmeísmo, en mi opinión uno de los movimientos poéticos más importantes que haya surgido. Fijate que aquí, cuando se piensa en “depurar” los “excesos” retóricos o sentimentales se apela al objetivismo. Hasta en eso somos norteamericanistas. Pero si lees los manifiestos de Mandelshtam, la apuesta es volver a la sencillez y a lo clásico, a la precisión de la palabra. Junto a Natalia cotejamos versiones de poemas, advertimos que al poema “El siglo” de Mandelshtam le faltan algunos versos en casi todas las traducciones. Analicé cómo tradujo Paul Celan a Mandelshtam y a Serguéi Esenin al alemán. De mi taller han salido muchos libros y con Natalia hemos trabajado en otros tantos, con prólogo incluido. Trabajamos también con gente de España y por segundo año consecutivo somos parte del jurado en el concurso La Isla de Aklan, del que nuestra clínica de obra es uno de los auspiciantes.
Me gusta el dream pop y el dream folk, por dar un ejemplo; como verás, está la palabra dream por delante. Las canciones tristes y sutiles me animan a escribir, trasmiten una emoción casi sinestésica, que uno a veces puede decodificar y pasar a palabras. Me gustan Neil Young y Cocteau Twins y los buenos songwriters. En las variantes del folk hay muchos, desde Damien Rice hasta Marissa Nadler. Una vez Cristina Piña me dijo que creía que la antorcha de los poetas malditos estaba pasando al rock, y algo de eso hay. Syd Barrett fue mi primera conexión con los poetas malditos.
Y sí, he tocado en espacios públicos, tengo bandas desde la adolescencia e interpretar un solo de guitarra es una actividad que me relaja más que el yoga. La vida del músico es diferente a la del escritor. Los escenarios te llenan de adrenalina. La escritura requiere soledad; aun así la inspiración te puede sorprender en cualquier lado; he escrito en salas de espera de hospital, por ejemplo.
Rilke decía que si Georg Trakl hubiera pintado no se hubiera suicidado. El poeta al utilizar el lenguaje, al expandir los límites del mundo, corre otros riesgos. Creo que cada artista tiene más de una disciplina que lo acompaña. Para Pizarnik o Miguel Ángel Bustos fue la pintura. Para Mandelshtam o Paul Verlaine es la música.
“Reunión cumbre” es el título del prólogo del libro, hecho por María Malusardi, una gran amiga. Me interesa mucho el encuentro entre los poetas Miguel Ángel Bustos y Jacobo Fijman en el Hospital Borda. El encuentro entre Pizarnik y Bustos. Entre Pizarnik y Susana Thénon. Entre Freud e Hilda Doolittle. Alguna reunión en la casa de Oliverio Girondo donde estuvieran Olga Orozco, Pizarnik, Juan-Jacobo Bajarlía, Edgar Bayley y Norah Lange. Una reunión de redacción de los integrantes de la revista Poesía Buenos Aires. Uno tiende a idealizar esos encuentros, creo que entre Proust y James Joyce no hubo más que un “hola”. Para ser sincero, se trata casi de una cuestión de religiosidad. Me gustaría decir: “En este lugar se encontraron Bustos y Fijman” y armar un altar allí. Me fascinan los mitos urbanos, las pintadas de los compañeros de algún pibe que mató la policía o los retablos que la gente levanta en homenaje a personas fallecidas. Que conviertan en una santa a una chica de las bailantas. Son pequeños restos de religiosidad ardiendo como fuegos, alumbran y dan calor a esta noche en la que estamos.
Me sigue atrayendo esa estructura de tragedia griega que tiene su vida: de la estudiante brillante al electroshock, de la tapa de Madeimoselle a meter la cabeza adentro del horno. Y en medio de todo esto, como Casandra, esa videncia que es la poesía. Estaba casada con otro genio, Ted Hughes, pero en el momento de la separación ella parece decir “yo voy a ser más grande que vos, yo voy a ser un mito”. Quizás sean la pareja perfecta. Desataron fuerzas tan inmensas que los sobrepasaron y les iban a costar la vida. Jugaban a la güija, leían La diosa blanca de Robert Graves, sabían de astrología. ¿Cómo no amar a Sylvia Plath o a Anne Sexton? Redacté esa nota en sintonía con algunas circunstancias que describo en Diario de abstinencia. Y cuando escribí sobre Anne Sexton también utilicé material autobiográfico. ¿Será el confesionalismo? Creo que los chicos que hoy se deslumbran con Sharon Olds tendrían que releer todo lo que escribieron Sylvia Plath, Anne Sexton y Adrienne Rich.
¿Qué destreza, te parece, es necesaria para deslindar el esto y el eso cuando es aquello lo que deseamos?
Entender que el deseo existe a condición de no ser satisfecho. Como la escritura, es un juego de tensiones y distensiones que nos agota y silencia pero siempre puede resurgir. No dejar de buscar aquello, aun sabiendo que habrá desvíos y es probable que nos extraviemos en el camino. Pero en esos desvíos acecha la vida. En palabras de Samuel Beckett: “Fracasá más, fracasá mejor”.
¿Zumbido, gorjeo, maullido, gorgorito o aullido?
Aullido, aún antes de leer a Allen Ginsberg. Ladridos a la luna, la película The Wall, el libro El grito primal de Arthur Janov o una suelta de lobos hacia las cúspides gélidas de las tierras sin perdón. Es la furia pero también el andar enfermo de algún animal. El brujo Don Juan le dice a Carlos Castaneda que la muerte nunca se detiene. Como escribió Jorge Leonidas Escudero: “Es un perro en la noche, desde lejos, / que me dice / lo que no acaba nunca de ladrar”.
Creo que esos cuatro satélites merodean de alguna forma mi planeta, pero esta noche estos dos cometas se acercan y fulguran: “La poesía es no tener algo que decir y decirlo; nada poseemos” de John Cage, y “El poeta es un dios, o el joven poeta es un dios. El poeta viejo es un vagabundo” de Wallace Stevens.
**
Javier Galarza selecciona poemas de su autoría para acompañar esta entrevista:
Para Alberto Galarza, en memoria
padre estás volviendo a casa
padre estoy volviendo
padre qué nos has traído
de niño me asustaba pensarte solo y perdido
hoy que yo estoy
solo y perdido
quién soy padre rilkean heart san francisco
asís mismo tu hijo de corazón salvaje
debo nombrarte para aprender a perderte
debo nombrarte para aprender a ganarte
sigo buscando mis límites
qué nos cansamos de no decirnos
qué nos cansamos de no hablar
carga en tus brazos al niño que fui
yo sostengo ese cuerpo cansado
desde el hombre que hoy no está
cargo en mis brazos al niño que fuiste
en quién hablo cuando callas
padre color de ojos indescifrable
(de El silencio continente)
*
arder (II)
padre no ves
que ardo?
ves—
la ves a ella
no la ves
estoy
prendido fuego
encendido
recaliente
como si dijera
como si
intentara como
si pudiera
preguntar/le:
cómo tocarte
con manos
de este mundo
leyenda li po
de la luna en el agua:
morirá ahogado.
cosas que ocurren
cuando no hay lugar
para la metáfora.
al enamorado de sí mismo?)
*Leyendas diferentes de dos muertes: las del poeta li po y la de narciso
La hendidura
entre los colores de la tinta
y la hendidura certera
de la pluma sobre el papel,
lo blanco. Sea la pluma,
el canto o la voz, como el eco
que vuelve con el viento,
y sea esta luz también
que alumbra las aperturas
del mundo, aún en la noche,
el estilo o estilete que rasga
el blanco de la hoja.
palpo los nunca de tu respiración agitada.
Cuando callás, algo silencia más allá de vos,
y cuando cerramos los ojos,
todo duerme en algún lugar.
Esto está hecho de gestos desesperados,
de destiempos, no tiene sujeción:
donde vos calculás, yo me deshago,
donde vos te mostrás, yo me desarmo.
Sos la regla que confirma la excepción,
lo espectral. Vivo en un no instante,
entre el ya no de tu partida y el aún no
de quien serás.
(de Lo atenuado)
Silesius
que como la rosa de Silesius
florece sin porqué,
una pregunta puede permanecer abierta
para evitar la clausura del sentido,
el misterio entonces
aguarda en los signos,
está en ‘lo abierto’,
en el campo de ‘la percepción pura’
(8ª Elegía de Rilke),
‘florece porque florece’,
toca la penumbra del Medioevo
y las visiones de las místicas.
El sentido: eso ‘tapona’, dijo Lacan
pero quien pierde su verdad
aún conserva la chance de hallar algo.
El perfume se creó para tapar
el olor de los cadáveres,
la palabra ‘humo’ está contenida
en su etimología (del latín per, ‘por’
y ‘fumare’, ‘a través del humo’),
lo cinerario es la base de lo que huele bien.
Escribe Silesius que la rosa
no es consciente de su belleza
ni se pregunta si alguien la mira.
Y todo un caudal de mundo
se despliega allí
sin explicaciones.
www.revagliatti.com
No. 103 / Octubre 2017
Entrevista
Alberto Blanco:
Sismo, poetas y budismo
Ricardo Migueles
¿Cómo contribuyó la poesía y la figura del poeta en un momento tan convulso como el de la Revolución Mexicana? En otras palabras: ¿quién es el gran poeta de la Revolución? ¿Y el gran poema? En cierto sentido, podemos decir que no lo hay; o que había que esperar a Pellicer; o que la poesía, como siempre, se movía en otro sentido, en otro tiempo y con otras reglas. El gran poeta de tiempos de la Revolución es, creo yo, López Velarde. Y su poesía es de un tono íntimo que muy poco o nada tiene que ver directa y explícitamente con los sangrientos hechos de la Revolución, a pesar de haber estado tan cerca de Madero. Como bien dice Guillermo Sheridan: “la suya era otra forma de ser revolucionario.” Cosa muy distinta es la novela, la narrativa en general, y los demás géneros literarios. Pero la poesía es otra cosa. Radicalmente. Como lo he dicho en repetidas ocasiones, para mí la poesía es la otra forma de usar el lenguaje.
Ofrezco el ejemplo de lo que pasó en tiempos de la Revolución Mexicana, porque me parece que otro tanto se podría decir de este momento. Nos han tocado, como a todos los hombres (como le gustaba decir a Borges) “malos tiempos en que vivir”. O "malos tiempos para la lírica" como decía por su parte Bertolt Brecht. Sin embargo, siempre se puede decir lo contrario: nos tocaron buenos tiempos, tanto para vivir como para la lírica… porque si se trata de utilizar adjetivos, se puede pensar y decir y escribir lo que queramos. La vida tiene el sentido que nosotros queramos darle.
¿Cómo contribuye la poesía y la figura del poeta luego del sismo del diecinueve de septiembre de 2017? Ciertamente no con quejas. A menos que aceptemos la propuesta de Rimbaud: "si me quejo, es solo otro modo de cantar". Y si André Bretón afirmó que la literatura es uno de los caminos más tristes para llegar a cualquier lugar, yo, por mi parte, digo: la poesía es el camino más corto para llegar hasta aquí. Éste es nuestro único refugio: saber que no hay refugio. Nuestro mejor consuelo es estar absolutamente reconciliados con el hecho de saber que no hay consuelo. Porque el poeta no es alguien necesitado de consuelo, todo lo contrario; como lo aseguró Lautréamont: "un poeta es el que consuela a la humanidad". Y si un sismo nos hace sentir hasta la masmédula que nada es permanente, hagamos entonces de esta impermanencia nuestro tesoro.
En un programa de televisión grabado en 1982 conversas con William Merwin y con Octavio Paz quien señala la falacia moderna de creer que el progreso consiste en dominar a la naturaleza; ¿crees que el poeta trata, en cierta medida, de hacer lo mismo?
Vivimos en un hermoso planeta que es redondo, que tiene límites, y que –lo sabemos muy bien– no puede soportar una carga infinita de explotación. Pero nosotros, los seres humanos, el animal más peligroso de todos los que pululan en la Tierra, fingimos no saber nada al respecto. Esta inaceptable ignorancia parece dejarnos la conciencia más o menos tranquila y las manos libres para continuar con nuestra incesante labor de depredación, convencidos de que somos los amos y señores de la creación.
Los resultados de esta infame manera de ver y hacer las cosas están a la vista: miles y miles de especies animales y vegetales extintas o en peligro de extinción; una sobrepoblación humana que amenaza no solo a otras especies sino que se amenaza a sí misma con desaparecer por las hambrunas, guerras nucleares, falta de espacio habitable y de suelo para cultivar, de aire respirable y de agua potable; cambios drásticos de clima provocados por la superproducción industrial; ciudades contaminadas más allá de cualquier norma o proporción; bosques arrasados; mares y ríos rebosantes de basura; tierras, materiales y culturas agotados.
¿Quién, que tenga los ojos abiertos, puede darse el lujo a estas alturas de cruzarse de brazos frente a estos complejos problemas; frente a la degradación de las innumerables formas de vida que todavía distinguen con su insustituible presencia a nuestro planeta? ¿Quién, que piense por un solo instante en el futuro que les espera a nuestros hijos, a todos los seres humanos y a la asombrosa variedad de seres vivos que comparten con nosotros esta gigantesca nave llamada La Tierra, puede sentirse ajeno a estos terribles problemas? No, desde luego, los artistas. Ciertamente no los poetas. Como dice W. S. Merwin en la última estrofa de su poema "Una historia":
pero todo lo que salió del bosque
formaba parte de la historia
todo lo que murió en el camino
o tuvo un nombre pero resultaba
ya irreconocible incluso
lo que se desvaneció de la historia
finalmente día tras día
se estaba convirtiendo en la historia
de tal forma que cuando ya no haya
historia ésa será nuestra
historia y cuando ya no haya
bosque ése será nuestro bosque
En relación con la práctica budista de renuncia a los placeres sensuales, de los que la poesía y el arte son parte y son, también, una forma de intoxicación; ¿tu conocimiento en religiones orientales, en especial el budismo, te ha hecho cuestionar el valor de la labor poética?
Poetry makes nothing happen, decía W. H. Auden. Esta frase enigmática más que significar: "la poesía no hace pasar nada", significa: "la poesía hace que la nada suceda". Y esta nada es muy importante. Por eso, cuando en cierta ocasión, alguien le preguntó a Kodo Sawaki Roshi, maestro de zen: "¿qué caso tiene la meditación?" él tranquilamente contestó: "ninguno, la meditación es absolutamente inútil; solo que si no pones en práctica esto que es tan inútil, entonces tu vida sí que será absolutamente inútil."
Esta inutilidad de la poesía (y, en última instancia, lo mismo se podría decir también del arte en general, de la meditación, el juego, el erotismo y tantas otras actividades humanas gratuitas), esta capacidad que la poesía tiene para hacer que nada suceda, para que la nada suceda, y para que nunca se nos olvide que esa nada es muy importante, para recordarnos la nada que esencialmente somos, es una de las dimensiones más profundas, auténticas y entrañables de la poesía.
En el mismo programa de TV aludes al afán de la sociedad por la diversión (entretenimiento) hace treinta y seis años, fenómeno que a todas luces ha crecido exponencialmente. ¿Te parece que las actuales formas de comunicación producidas por internet, los smart-phones y los estilos de vida promovidos por el main stream fomentan o socavan el desarrollo y la apreciación de la poesía?
Las nuevas formas de comunicación agobian hoy en día a millones y millones de personas en todo el mundo. Esto es, en buena medida, lo que hace casi cuarenta años se entendía por el mundo 'postmoderno’, o ‘la condición posmoderna’. Y ser postmoderno implica (o acaso implicaba), entre otras cosas, rechazar el centro. Implicaba también rechazar "las grandes narrativas". Y queda claro que rechazar el centro y las grandes narrativas implica, por necesidad, aceptar y reconocer los márgenes.
La poesía sigue siendo un arte al margen del mercado, al margen de la industria del entretenimiento, al margen de la fama y del reconocimiento popular (salvo en contadísimas excepciones), que, aún después de las vanguardias y las transvanguardias, no renuncia a su capacidad revulsiva. Sea mediante el recurso del humor, la agresividad, la sorpresa o la belleza, la poesía sigue siendo subversiva. Se quiera o no, la poesía sigue siendo la otra forma de usar el lenguaje.
Todos los artistas contemporáneos que no se han entregado de lleno y alegremente al cinismo del consumo y a la noción de que las artes forman parte de "la industria del entretenimiento" cargan la misma cruz: la autocomplacencia, el éxito mediático y de mercado, no logran satisfacer un anhelo de realización. ¿De qué realización estoy hablando aquí? De aquella que tradicionalmente se entiende como ser dignos del llamado a realizar una obra determinada con arte y a cumplir con la inmensa responsabilidad de un don que nos ha sido concedido.
No. 99 / Mayo 2017
Entrevista a Roberto Rébora y Luz Lourdes García
Mariela Castañeda
Quisiera empezar con una pregunta que tiendo a hacer bastante, pero siempre es bueno escuchar una nueva respuesta, tus búsquedas como pintor, como artista plástico, en alguna manera llegan a cruzarse con las de editor, ¿existen similitudes?
Te voy a contestar en el presente, lo que estoy haciendo en la actualidad, como pintor, desde hace tres años, que es la incursión en la representación de ese espacio virtual que es la red, es decir, mi interés de llevar al plano la posibilidad de la tercera dimensión es una reacción incluso a mi experiencia como editor tipográfico, es decir, va de la mano con mi cercanía con el oficio de la impresión manual tipográfica. Me parece que ahí se completa un círculo, un recorrido. Si por economía de medios e independencia y la fortuna de encontrarme con gente relacionada a la edición, editores, poetas, artistas, hizo que se cultivara aquí, a lo largo de 22 años el trabajo de la edición tipográfica manufacturada, en un momento, hace cerca de tres años, por oposición, por el mundo actual en el que vivimos, se dio la motivación de enlazar esta relación que existe con la tecnología.
En una entrevista que te hicieron recientemente, mencionas que ahora más que nunca el papel del editor es importante, ¿podrías ahondar un poco en ello?
Desde luego, yo creo que la red es la relación con la idea del infinito de forma más práctica que tiene el hombre a disposición en la actualidad; la red se asume como un espacio donde todo cabe y todo terminará por encontrar su lugar. Y sin embargo, por lo mismo, en la amplitud de ese espacio, la necesidad de poder elaborar un percurso casi metodológico, aquel que hace el editor para decidir, para llevar a cabo su propio oficio, en la amplitud del teclado que te ofrece la red, es necesarísimo poder tener la orientación de qué buscar y cómo llegar a lo que buscas.
Claro, en ese sentido una editorial funciona como una curaduría.
Taller Ditoria, en ese sentido ¿tiene algún eje, una dirección...?
En una charla acerca de la edición de poesía en México, Emiliano Álvarez, de la Dïéresis Editorial, comentaba que él no creía en la desaparición del libro frente a la realidad del libro digital, al contrario, preveía que estas dos materialidades, el libro digital y el libro impreso, iban a empezar a reflexionar sobre los propios medios que emplean y quizás incluso radicalizarse, tratar de diferenciarse significativamente con el fin de ofrecer algo nuevo al lector. ¿Consideras que parte del ejercicio de Taller Ditoria se relaciona con esta reflexión?
Dentro del gusto propio encontrar coincidencias con los lectores...
Sí, desde luego, todos gravitamos en torno a una motivación única —propia de quienes nos dedicamos a una idea de cultura desde sus fuentes—, cuyo interés es el hombre. A partir de la reflexión de individuos en extremo sensibles, los más económicos de todos, es decir, el poeta genuino, es que uno decide conservar lo más intangible de la creación del hombre, que es la poesía.
En términos de trabajo editorial, ¿cómo funciona la relación con la obra del poeta? ¿Él va paso a paso en el proceso o ustedes tienen mayor libertad para editar el texto?
Es relevante seguir editando poesía en México, ¿en cuáles condiciones?, ¿qué dinámica?
También tiene que ver con tomarse el tiempo, que justo es digamos lo que inaugura un libro físicamente, un espacio, un proceso, ¿cómo fue para ti iniciarte en el mundo de la lectura como editor?
Desde cierto punto, esta, digamos, esta distancia que tú tienes al estar entre estas dos aguas, las artes plásticas y el trabajo editorial, aunque tú mismo no te consideres editor, te da un giro de tuerca, es distinta la manera en la que tú te acercas a un proyecto editorial que, como lo haría alguien que está sumergido de lleno en el medio.
Partiendo de una concepción muy amplia del acto de la lectura, de acercarse y comenzar a habitar una obra, ¿existen para ti vasos comunicantes entre leer poesía y leer pintura?