Música y poesía
por Jorge Fondebrider
Cuando uno ya no lee novelas –es mi caso–, quedan los cuentos, el teatro y, por supuesto, la poesía. Ahora bien, convengamos que no siempre uno tiene ganas de leer cuentos, teatro o poesía. Entonces, por suerte ahí está la no ficción con sus inmensas y múltiples posibilidades. Una de tantas es leer sobre música, campo que incluye, entre otras muchas especies, el ensayo musicológico o histórico, el estudio cultural, la correspondencia de los músicos, la biografía y la autobiografía. Para un melómano es siempre un buen ejercicio. Por caso, leer una autobiografía como Many Years From Now (hay traducción castellana: Hace muchos años), escrita a cuatro manos por Paul McCartney y Barry Miles. Pero a veces, también una catástrofe: nos gusta un músico, pero al leer lo poco que tiene que decir y lo tarambana que es se extiende una sombra de duda que, llegado el caso, hasta puede influir sobre nuestra manera de oírlo. Es lo que me está pasando a medida que, con un esfuerzo enorme, terminó de leer Waging Heavy Peace, la reciente autobiografía de Neil Young. Se trata de un libro escrito con los muñones por un tipo que se confiesa abiertamente materialista para así justificar páginas y páginas donde sólo se describen automóviles y trenes eléctricos –los colecciona y es dueño de una compañía que los fabrica–, en alternancia con diversas enfermedades que padeció, médicos que lo atendieron desde la niñez hasta la edad adulta, sin olvidar casamientos y divorcios, dolencias de los hijos y una serie de pensamientos obsesivos sobre la pobreza de los actuales sistemas de audio, la necesidad de descubrir combustibles no contaminantes y su admiración por Ronald Reagan, el presidente que, según sus palabras, supo devolverles a los estadounidenses el sentido de comunidad. Vale decir, de música, muy poco. A lo sumo, los detalles de una vida carente de todo interés.
Sé que el punto de vista de mi amigo Pedro Serrano –quien, de hecho, amagó con regalarme este libro (aunque mi mujer le ganó de mano)– es otro. Está en su derecho y yo en el mío. Me permito, por eso, poner a consideración del lector de esta columna lo único que Neil Young dice en todo su libro sobre el arte de componer canciones y corresponde a los primeros párrafos del Capítulo XXI, que traduzco a continuación: “¿Se preguntaron alguna vez qué es lo que implica escribir una canción? Ojalá pudiera decirles cuáles son los ingredientes exactos, pero no se me ocurre nada específico. Me parece que las canciones son un producto de la experiencia y de un alineamiento cósmico de circunstancias. Vale decir, quién es uno y cómo se siente en cierto momento.
“Escribí montones de canciones. Algunas de ellas son una mierda. Algunas son brillantes, y algunas apenas están bien. Eso es lo que opina la gente. Para mí, son como hijas. Nacieron y crecieron y fueron enviadas al mundo a que se valieran por sí mismas. El mundo no es un lugar fácil para una canción. Uno podría descubrirse en una cinta tirada la basura, o en un CD del que alguien se deshizo, o uno incluso podría estar en una batea de ofertas. Tal vez uno podría ser una canción olvidada, que languidece en un disco de vinilo arrojado a la basura, o, con suerte, en una disquería independiente. En uno de los peores casos, uno podría ser relegado a no ser otra cosa más que un archivo de MP3 con menos del cinco por ciento del sonido original. Sin embargo, alguien debió haberte creado, y ése es ahora nuestro tema.
“No he escrito una canción desde que dejé de fumar yerba en enero de 2011, de modo que actualmente estamos en medio de un gran experimento químico.
“Cuando escribo una canción, la cosa empieza con una sensación. Oigo algo en mi cabeza o lo siento en mi corazón. Puede que sea entonces cuando agarro la guitarra y empiezo a tocarla sin pensar. Así es como empiezan un montón de canciones. Cuando uno hace eso, no piensa. Así que uno se limita a empezar a tocar y surge algo nuevo. ¿De dónde viene? ¿Qué importa? Hay que seguir y seguir. Es lo que yo hago. Nunca juzgo lo que sale. Me limito a creer en eso. Llegó como un don cuando agarré mi instrumento y salió de mí a través del hecho de tocar un instrumento. Los acordes y la melodía se limitaron a aparecer. No es entonces momento de interrogaciones o análisis. Es el momento de conocer la canción, que no hay que cambiar hasta no conocerla. Es como una animal salvaje, una cosa viviente. Hay que tener cuidado de no espantarla. Ése es mi método, o, al menos, uno de mis métodos.
“Estaba pensando que estoy poniéndome mucha presión para escribir una canción. Eso nunca funciona. Las canciones son conejos y les gusta salir de sus agujeros cuando uno no las mira, de manera que, si uno se queda ahí esperando, van a meterse en su madriguera y salir en algún otro lugar lejos de uno. Hacerlo así jamás funciona. Cuando más hablemos sobre esto, peor es. Así que mejor cambiemos de tema.”
Sí, mejor cambiemos de tema, no sea cosa que uno quiera dejar de escuchar para siempre discos maravillosos como After the Goldrush (1970) u On the Beach (1974), o temas fantásticos como “Cinnamon Girl”, “Helpless”, “Cowgirl in the Sand”, “Sugar Mountain”, “Comes a Time”, “Harvest Moon” y tantos otros. Así que ya saben, si lo ven a Neil, no le pregunten ni por autos ni por trenes eléctricos. Limítense a convídarle porro.
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